No eliges lo que haces, sino la causa por la que lo haces
(Aristóteles)
Entraba por la puerta de la oficina quejándose. Un día era por haber pasado mala noche, otro por haber llegado tarde por culpa del tráfico, otro por el día duro que tenía por delante. Eso hacía que, ya desde primera hora, sus empleados se pusieran en estado de alerta.
Durante la jornada eran varios los momentos de tensión; y al final, claro, acababa estallando. Sus quejas era en voz alta y siempre terminaban con la misma frase: “¡Qué harto estoy! Algún día lo dejo todo y….”
Hacía poco que había entrado a hacer prácticas en la empresa una joven becaria enviada desde la universidad. Hasta entonces, había mostrado interés por aprender y ser atenta y discreta. Sin embargo ese día, quizás empujada por su extraña osadía natural, se atrevió a hablar.
Fue tras el cuarto enfado del día del gran jefe. Al escucharle decir su amenaza de cerrar la empresa y marcharse a su casa “a vivir”, se atrevió a preguntarle delante del resto de empleados:
“Perdón, Sr. Torres, pero… ¿y por qué no lo hace?”
El silencio se hizo en la oficina. Durante unos eternos segundos no se oyó nada, ni una palabra, ni el teléfono, ni el sonido de una tecla de ordenador. Nada. Sin embargo, nadie se atrevió a alzar la mirada. Al contrario, todos agacharon la cabeza, como queriendo refugiarse en la tarea que estaban haciendo hasta ese instante.
El jefe se volvió hacia la mesa de la joven estudiante y, con la ira reflejada en sus ojos, le dijo:
“Jovencita, entra ahora mismo a ese despacho”
Una vez allí, a solas, la joven comprobó que el atrevimiento iba a tener su castigo. El jefe, visiblemente irritado, le dijo que jamás nadie le había “faltado al respeto de aquella manera”. Le comunicó que había finalizado su periodo de prácticas en aquella empresa, que iba a dar parte del incidente a sus profesores y que jamás volvería a contratar a nadie de la Universidad…
Tras la reprimenda, la joven, impertérrita, volvió a la carga:
“Sí, de acuerdo, Sr. Torres. Si es su voluntad, mañana ya no vendré. Pero mi intención no era otra que aprender de usted. Mi pregunta era sincera. Quería saber por qué una persona como usted, a quien se le ve sufrir en el trabajo, sigue en él y no se dedica a otra cosa. Si yo estuviera en su lugar, no lo dudaría”
Tras el impacto inicial provocado por la nueva osadía de la estudiante, el hombre quedó pensativo. Tras de 30 años al frente de aquel negocio, parecía dudar. Así, pensativo, permaneció unos instantes en silencio hasta que dijo sosegadamente:
-Sigo al frente de este negocio porque necesito el dinero para seguir viviendo como vivo. Mi familia disfruta de un nivel de comodidad y estabilidad que quiero mantener. Además -prosiguió- quiero darle a mis hijos la oportunidad de entrar en la empresa y continuar con la actividad, cuando acaben sus estudios. Y si eso fuera poco, la empresa la fundó mi padre hace más de 50 años con mucho sacrificio y esfuerzo. Yo no puedo cerrarla.
–Me parecen tres razones de peso. Dinero, oportunidad para sus hijos y honrar la memoria de su padre son tres motivos muy poderosos. Son lo suficientemente importantes como para sentirse muy feliz cada día. Ojalá yo algún día pudiera tener un trabajo en el que ésas fueran mis tres motivaciones.
El jefe quedó pensativo. Se relajó y mostró interés por conocer la historia de aquella joven. Ella le relató que había tenido una vida difícil. Hacía 8 años, tras un grave accidente de tráfico, su padre las abandonó a ella y a su madre, quien había quedado postrada en una cama para siempre. Tenía entonces 15 años y aquel hecho cambió su vida. Decidió estudiar, obtener la licenciatura universitaria para después montar su propia empresa. En ese entorno encontró su propia motivación. Así, podría ganar mucho dinero y darle a su madre todas las asistencias y cuidados que precisara hasta el fin de sus días.
El jefe quedó atónito y, como intuyendo la respuesta, le preguntó:
– ¿Te gusta lo que haces? ¿Te gusta estudiar?
– No. Nunca me gustó- contestó ella- Pero yo no he elegido lo que hago; yo he elegido la causa por la que lo hago. Y esa, al fin y al cabo, creo que es la mejor manera de hacer las cosas en la vida.
¡Excelente lección!
enfocarse en las tareas es desalentador, realizar las tareas pensando en los resultados es motivador.
GRACIAS ORFEO
Gracias, Josep. Como dices, todo tiene un fin superior solo que a veces nos enfocamos en el día a día.