Cuando me levanto por la mañana, últimamente, me doy cuenta de que estoy con un punto energético superior al de otras etapas de mi vida. De entre todo lo que tenía y ahora tengo, a nivel interior, lo único en lo que he ido incrementando la capacidad del depósito es en soñar.

Si no soy más listo, ni más alto, ni más fuerte, sino más bien lo contrario, algo que no utilizaba antes debe ser la respuesta ante este estado anímico que comento. Y no era dado a soñar. No es lo mismo un objetivo que un sueño. Ahora ya lo tengo claro.
A pesar de disfrutar mi actividad profesional o de encontrarme en la gloria con mi familia, por ejemplo, soy consciente de que cierta rutina inevitable desmerece la pasión con que se deberían afrontar esas partes de la vida, al convertir el día a día en un cómputo de objetivos que van registrándose en el calendario.

Pero la manera de conseguirlo es reconducir los deseos para con esas facetas hacia sueños, hacia donde sería ideal llevarlas, y es entonces cuando aparecen casi holográficamente, podría decirse, nuevos esquemas que reorganizan y hacen entrar en valor cualquier pequeño hecho, pues no pierde uno nunca el guión que late en su corazón con cada bombear de la sangre.
Con esa maquinaria bien engrasada, la fuerza viene a ti con un brío enorme y donde antes resolvías un problema en el trabajo, ahora subes un escalón hacia un nuevo hito, y donde en casa realizabas una tarea, ahora colaboras en la educación de tus hijos o incrementas la compenetración con tu pareja.

Y estad seguros de que se entrena. Todos llevamos el gimnasio dentro, no hay que preocuparse en buscarlo; como cuando vuelves a hacer deporte, después de un tiempo de constancia en el empeño te acabas encontrando mejor. Te invitamos a que te conviertas, a fuerza de machacar conscientemente esa posibilidad, en un aspirante a medalla en este asunto tan relevante.
A mí me lo dijo un maestro y lo he comprobado. Ahí queda eso.

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