No sé cuántas pueden llegar a ser, pero no muchas. Pero como dicen los gallegos de las brujas, existir, existen. Con merecimiento o sin él, según nuestro limitado criterio, a veces la vida trae hasta ti un regalo definitivo: una gran oportunidad.
Las hay con envoltorios tan rocambolescos que no se ven a primera vista; las hay que vienen de sopetón y la decisión de subirse a ese tren debe ser inmediata; las hay, incluso, producto de intuiciones que no adelantan ni la ruta ni el objetivo, pero que no se pueden dejar de seguir…
Las hay de muchos tipos que ni conozco ni acierto a describir, pero hay unas que son especialmente satisfactorias y son las producidas por una visión, por un logro previamente imaginado que conlleva decisiones poderosas y constantes desde un momento dado, fijando el rumbo al quehacer diario hasta llegar a puerto.
En todos los casos, aprovecharlas es sinónimo de felicidad, ya que las oportunidades son personalizadas y para cada cuál hay un enfoque que le hará sentirse mejor, pero tienen el común denominador de revertir en positivo para todos, finalmente, si no se basan en explotar las bajezas de nuestro espíritu.
En todos los casos es lícito disfrutar de la suerte que dicha oportunidad nos brinde, pues por la razón que sea, habremos dispuesto del coraje y la determinación de seguirla, de continuarla, pero cuando se produce la magia en el caso concreto en el que hago hincapié, la satisfacción es insuperable porque la oportunidad… ¡te la has creado tú!
Unos le llaman esfuerzo, pero no es sólo eso; otros le llaman trabajo o dedicación, pero no es sólo eso; algunos apelan a la fortuna o a la suerte y tampoco se trata de ellas únicamente: consiste en una suma de todos los parámetros dichos y muchos más que conforman todo aquello que hace falta para que soñar sirva de algo.