En la época en la que vivimos parece que todo esté orientado a la consecución de riqueza. Tener dinero parece ser lo primordial, por encima de otros valores como el conocimiento o la salud. Siempre se ha escuchado aquello de  “el dinero da la felicidad”. Y ahora, al no haber dinero (añadiríamos nosotros), parece que no puede haber felicidad.

Las leyes que nos regulan parecen seguir esta dictadura del dinero sobre todo lo demás. Y más en la actualidad pues, para «rescatarnos de la crisis», se están promulgando numerosas leyes de claro contenido económico la mayoría de ellas.

Sin embargo, la salida de la crisis no vendrá de la economía. Vendrá de la educación, en primer lugar, y de la recuperación de buena parte de la salud perdida en los últimos años.

Tan contundente sentencia no es nuestra. Se encuentra en la Historia.

Hubo una época en la que se tenía claro que la salida de la crisis, de cualquier crisis, no pasaba por dar prioridad a la economía. Entonces se sabía que la recuperación vendría por la recuperación de las personas. Mientras las personas estuvieran mal física y psicológicamente, habría crisis. Y ello independientemente del dinero que hubiera. Una persona podía ser pobre, pero lo importante era que no se sintiera desdichada o que tuviera buena salud.

Por tanto, se entendía que la ley debía dar prioridad a cuidar el aspecto físico y psíquico de los ciudadanos. La ley debía estimar otros valores antes que la riqueza.

Esa época es la de la Grecia Clásica, cuna de nuestra civilización actual. Y la cita es de Platón:

«Ante todo, recibid unas leyes cuya naturaleza no os lleve a dirigir vuestros pensamientos hacia la pasión del lucro y la riqueza.

Antes bien: de estas tres cosas, el alma, el cuerpo y las riquezas, de lo que hay que hacer más caso es de la virtud del alma‘; en segundo lugar, hay que atender a la del cuerpo; en tercer y último lugar se encuentran las riquezas, hechas para el servicio del alma y el cuerpo.

Un ordenamiento jurídico que diera realidad, entre vosotros, a este orden sería una ley bien establecida, que daría la verdadera felicidad a los que a ella se sometieran.

En cambio, llamar dichosos a los ricos es un lenguaje en sí funesto, un lenguaje insensato, propio de mujeres y de niños, que hace igualmente insensatos y necios a los que creen en él. Lo que yo os aconsejo es la verdad, y si vosotros sometéis a la experiencia lo que ahora os digo sobre las leyes, probaréis el efecto de ello, ya que en todo la experiencia es la mejor piedra de toque».

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