Continuando con la crónica de la maravillosa conferencia de Alvaro Siza a la que asistí en Alicante, más adelante, derivó su charla en unas explicaciones acerca de cómo se enfrentaba al proceso de proyecto en sus trabajos. En concreto, se centró en uno que le estaba resultando especialmente atractivo por cuanto era diferente a su habitual quehacer: se trataba de un encargo para diseñar…¡un jardín!

Era un contrato reciente y ninguno de los asistentes, por muy especializado que estuviese en su obra, no tenía ni idea que un profesional de su currículum y trayectoria hubiera aceptado algo similar. Nos quedamos atónitos: iba a disertar sobre “la arquitectura no construida”, y tras lo emocional que había resultado lo expuesto hasta el momento, el silencio se hizo sepulcral y la atención se encaramó a lo alto.

Con su grave y lento pronunciar, acompañado de una de sus eternas y ajadas rebecas azul marino y ya canoso de cabello y barba, empezó por reconocer su desconocimiento del asunto (¡vaya tela!) y comentarnos que se estaba dedicando a viajar y visitar diversos parques y jardines de todo el mundo para estudiarlos y “transformar” lo que de ellos aprehendiese. Es más, recuerdo, como si fuese ahora, un hecho excelso y, bien mirado, de una lógica aplastante, pero revelador de a qué nivel observan el mundo los más grandes: resulta que iba por aquellas zonas verdes croquizando y midiendo, metro en mano, las construcciones y accidentes que se iba encontrando por ellas, incluso…¡las sombras arrojadas por ellos! Como, por ejemplo, de un determinado árbol…¡Cuánta sabiduría y cuanta poesía encerradas en esa labor!

Pero lo realmente revelador fue oírle que no sólo en aquel caso, sino en todo aquello que había trabajado a lo largo de su carrera, su única misión había sido “trans-formar”, es decir, cambiar de forma todos los datos con los que había sido capaz de mover la coctelera de las decisiones (en su caso, muchos y de toda índole, desde referencias históricas o reformulaciones de programas, hasta la construcción de vanguardia o “las líneas preestablecidas por el ‘genius loci’”), que nada había sido inventado “ex novo” por él, tan sólo la manera de reinterpretar legados y preexistencias le habían marcado su archiconocido lenguaje arquitectónico, de incuestionable prestigio mundial, pues sin duda es el más grande de los maestros vivos a día de hoy, a mi entender.

Ante algo así, no puedo por más que preguntaros: ¿no resulta del género idiota pensar que sólo se es un gran realizador si se inventa (o descubre) algo?, ¿no somos todos constantes “trans-formadores”?, ¿no tendremos, dado el caso y el ejemplo escenificado, cada uno a nuestro alcance remodelar nuestros entornos y nuestras reacciones? ¡Si lo hacemos todos los días! ¡Sólo debemos fijarnos y ser conscientes! Valoremos hasta las sombras y entenderemos, sea el campo que sea, que con una proyección adecuada y sin limitación alguna, nuestra coctelera nos ofrecerá maravillosos combinados, bien a nivel personal, bien a nivel profesional.

Y serán los nuestros, por supuesto, para mayor gozo. Ahí, Siza y yo estaríamos al mismo nivel, ¿no? (ja, ja,..). Perfecto.

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