¿Somos perfectibles?
“Lo único imperfecto en la naturaleza es la raza humana”
Sir Ralph Howard Fowler.
Una de las claves del conocimiento o, mejor dicho, de la sabiduría a la que debe aspirar todo ser humano es que venimos al mundo con la misión de progresar como individuos para, así, colaborar en llevar hacia adelante al conjunto de la humanidad. Entre ese progreso se encuentra el propio mecanismo de la procreación, base de la continuidad de la especie, pero por sí mismo eso no sería suficiente, pues es evidente que estaríamos aún admirando trabajos como los de las Cuevas de Altamira, maravillosos, pero paleolíticos.
Y me atrevo a considerar dicha misión como implícita a nosotros, genéticamente programada: ¿para qué existirían entonces la curiosidad o la imaginación o la propia evolución de adaptación al medio? Es por ello que os invito a que leáis el mensaje de la búsqueda de la excelencia como un código encriptado en cada uno de nosotros cuyo descubrimiento y desarrollo nos acerca a la realización personal y la felicidad, por ser precisamente objetivos para los que hemos nacido.
Cada uno es como es, semejante a los demás e increíblemente diferenciado a un tiempo, único e irrepetible, un regalo de prístina independencia que tiende a desarrollar sus propios intereses, lógicamente según hemos dicho, los cuales a su vez, leídos en conjunto al sumar los de los demás, suelen acabar teniendo su encaje en el mayor de nuestros logros: el avance común. Cuando ese interés coincide con un argumento válido para muchos, esa lucha suele trascender y obtener un valor aún mayor, donde el sueño personal adquiere tintes de sueño general y acaba escribiéndose en mayúsculas.
Pero lo importante es soñar, como sea.
Desde esta tribuna os invito a que la actitud con que os proponéis empezar cada nueva jornada sea la de ser conscientes de que estamos en el mundo para mejorarnos, para buscar la perfección que cada uno de nosotros encierra, todo y que tan imperfecta sea, todo y que tan sólo seamos imperfectamente perfectibles, pero que es también nuestro mayor tesoro, la envidia de los dioses aunque no nos lo parezca de inicio, ya que lo perfecto no es mejorable y, por tanto, no merece la vida que nosotros sí disfrutamos, una vida que hay que entender como la gran excusa de la Totalidad en su perpetua búsqueda de la quimera, inalcanzable para sosiego nuestro.