¿Cuáles son los tres peores delitos que puede cometer una persona?

Si respondiéramos a esta pregunta desde nuestra conciencia social, esto es, según lo que la opinión pública considera como delitos más execrables, seguramente coincidiríamos todos en señalar a delitos como el genocidio, la corrupción, el tráfico de drogas o de personas, etc. Estas serían las contestaciones desde nuestra idea de pertenencia a una comunidad.

Sin embargo, puede que esa respuesta varíe si la damos desde el punto de vista individual, si pensamos egoístamente, como víctimas ¿qué ocurriría si esos delitos fueran cometidos contra nosotros mismos o contra alguien de nuestra familia? En tal caso podrían aparecer en la lista otros delitos como el asesinato, el robo o los delitos sexuales.

Este artículo no pretende resolver esta aparente dicotomía y mucho menos poner en entredicho la conciencia de nadie. Antes al contrario, trata de invitar a la amable reflexión aportando un dato fabuloso…pero en el sentido etimológico de la palabra, de fábula, concretamente de la mitológica clásica.

Hace 2.500 años, en los cuentos mitológicos griegos quedaron retratados muchos de los delitos que cometían los personajes en sus fantásticas historias. De entre todos ellos, la mitología clasica consideraba que los tres peores delitos eran:

– Hacer daño a un niño
– Desafiar a los dioses
– Ofender a un anfitrión

Existe un personaje mitológico, Tántalo, que cometió esos tres mismos pecados. Tántalo era amigo de Zeus y por tanto un habitual en los banquetes de néctar y ambrosía que éste celebraba en el Olimpo. Sin embargo, una vez traicionó a Zeus revelando lo que allí sucedía y robando manjares que luego compartía con sus amigos mortales.

No contento con ello, otro día en el que él mismo ejerció de anfitrión de los olímpicos, descubrió que las reservas de comida que tenía en la despensa no eran suficientes para sus invitados. Entonces, decidió descuartizar a su propio hijo, Pélope, y añadió los trozos del pequeño cuerpo al guiso que preparaba para los dioses.

Los dioses conocieron estos hechos y castigaron a Tántalo a vivir perennemente colgado de la rama de un árbol frutal que se inclinaba sobre un lago pantanoso, de forma que cada vez que tendía la mano para coger uno de sus suculentos frutos, una ráfaga de aire los ponía fuera de su alcance; y cada vez que intentaba beber agua, una ola dejaba al descubierto el negro cieno del fondo del lago.

Como se podrá comprobar, no solo el castigo ha variado en todos estos años, también los delitos. Salvando la coincidencia en el delito cometido contra los niños, los otros dos “han caído en desuso”. Hoy en día nadie va a la cárcel por desafiar a los dioses, ni tampoco por ofender a un anfitrión.

La blasfemia y la deslealtad a un amigo tienen hoy una consideración de mera falta de educación o falta de respeto, que según los casos tienen una condena moral peor que la legal. Pero eso es ya una cuestión individual de cada uno y habíamos prometido no poner en entredicho la conciencia de nadie.

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