Habitualmente, en nuestro día a día, nos encontramos con muchas “personas tóxicas”. Son personas negativas, pendientes exclusivamente de sí mismo y que, haciendo uso de su mediocridad, suelen tener la costumbre de criticar a los demás, especialmente al que progresa. Hemos hablado de estas personas en alguna ocasión, recomendando neutralizarlas, es decir, evitar al máximo el contacto con ellas para no contagiarse.

Para esta neutralización, es preciso previamente identificar a las personas negativas de nuestro entorno, conocer exactamente sus características fundamentales.

Una de las características de las personas tóxicas es, sin duda, su nula capacidad de amar. Son incapaces de amar a alguien distinto a ellos mismos. Son personas que prefieren ser amadas, antes que amar.

En sus relaciones, por lo general, aspiran a la superioridad sobre la otra persona, ya sea una pareja, un hermano o un amigo. Prefieren ser amados antes que amar, porque sienten que así se les otorga un estatus superior con respecto al otro.

De hecho, en muchas ocasiones es así. La persona que gusta de ser amada más que de amar, suele rodearse de aquéllos respecto de los que se puede sentir en un plano superior, bien por una razón económica, por poder, por conocimiento, etc.

Estas personas consideran que no están obligadas a amar, pues creen que cumplen con corresponder al otro con aquello en lo que se sienten superiores. Es el caso, por ejemplo, del marido que cree que su “amor” por su esposa se limita a aportar ingresos económicos. Cree que con ello cumple para con su esposa, quien a cambio deberá otorgarle todo su amor. Así, él se sentirá querido y mantendrá su situación de superioridad.

Obviamente, esto no es un dogma infalible que se cumpla en todos los casos. No saber querer no tiene necesariamente que comportar un carácter tan abominable como el descrito.

En cualquier caso, la incapacidad de amar sí es una característica preponderante de las personas tóxicas.

Identificarla en las personas de nuestro entorno es el paso primero para evitar el contagio.

El ejercicio práctico que sugiere esta reflexión, es tan sencillo como responder a esta pregunta:

“Las personas que me rodean ¿ME QUIEREN? ¿O PREFIEREN QUE LAS QUIERA YO?”.

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