“EL PRIMER NIÑO DEL AÑO 2.013 NACIÓ EN TARRAGONA”
“EL FUTBOLISTA MÁS JOVEN EN DEBUTAR EN LA LIGA TENÍA 16 AÑOS”
“1.956 FUE EL AÑO MÁS LLUVIOSO”
“CERVANTES Y SHAKESPEARE MURIERON EL MISMO DÍA DEL AÑO”
“LA TOGA QUE VESTÍAN LOS ROMANOS MEDÍA 6 METROS”

¿Os suenan estas frases? Día a día nos encontramos con datos como éstos. Solemos recibirlos en forma de noticia periodística o, también, porque nos lo dice alguien con quien estamos conversando.
En este segundo caso, la persona que facilita el dato puede tener la pretensión de hacer alarde de su conocimiento. Suele pasar que en una conversación entre varias personas, hay alguien que pretende sentirse importante demostrando saber más que el resto de interlocutores sobre un tema determinado. Y la única manera que encuentre de hacerlo es aportando algún dato de este tipo.
Sin embargo, sería preciso tener claro cuál es el concepto de sabiduría. Como hemos dicho alguna vez en el Blog, “saber es entender para decidir”. Sabiduría es acumular las herramientas necesarias para poder actuar con conocimiento de causa, ante cualquier reto o problema.
Por tanto, todo aquel conocimiento que no sea útil, que no sirva para afrontar una circunstancia o para mejorar personalmente, no es sabiduría. Porque ¿de qué nos sirve saber dónde nació el primer bebé del año? ¿qué uso vamos a hacer del dato de la precocidad de un futbolista?. Son datos que, como mucho, llaman nuestra curiosidad, nos entretienen, pero que no nos aportan nada realmente.
Lo que realmente interesará es saber si una zona geográfica es lluviosa, conocer la obra de Cervantes y la de Shakespeare o descubrir el sentido que tenía la toga en Roma y cómo ha llegado hasta nuestros días.
El problema de la “erudición inservible” no es nuevo. Ya Séneca lo denunció en su época:

“Nadie dudará de que no hacen nada laborioso quienes se entregan al estudio de erudiciones inservibles: éstos son ya en Roma una gran multitud. Fue propia de los griegos esa manía por indagar qué número de remeros había tenido Ulises, si había sido escrita antes la Iliada o la Odisea; cosas por el estilo que si te las guardas en nada ayuda a tu callada conciencia, si los publicas, no pareces más sabio, sino más pesado. He aquí que también a los romanos los ha invadido la vana afición por aprender cosas innecesarias”

A muchos les servirá de consuelo pensar que, en las dos época más gloriosa de la Historia del conocimiento humano, pasaba algo similar. Sin embargo la clave estará en cada uno de nosotros. En determinar qué tipo de conocimiento estamos adquiriendo cada día.

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