Luis y Enrique son compañeros de clase. Tienen 16 años y los dos son excelentes estudiantes, con resultados prácticamente idénticos. Sin embargo, cada uno de ellos goza de una fama muy distinta entre sus compañeros y profesores. Luis tiene fama de trabajador y aplicado. Es organizado, puntual y asiste a todas las clases. Goza del reconocimiento de todos y es feliz con su buena fama. En cambio Enrique, pese a sus magníficas notas, tiene fama de holgazán y despistado. Sus faltas de puntualidad, cuando no de asistencia, son innumerables. Como es de imaginar, Enrique no es feliz con esa mala fama que se ha extendido por todo el Instituto.

Cuando llega el final de curso, Luis y Enrique tienen los dos mejores expedientes académicos. Sin embargo, sólo uno de ellos tendrá el premio extraordinario que establece el Instituto para el mejor alumno de cada año. Se decidirá en un examen final especial. Aquel de los dos que obtenga la mejor nota en ese examen, ganará el premio.

Para preparar ese examen, la profesora de ambos les ofrece la posibilidad de acudir a unas clases especiales de repaso. Son voluntarias. Ellos pueden preparar el examen por su cuenta, estudiando en casa; o pueden acudir a esas clases especiales.

Luis no quiere asistir a esas clases. Considera que preparará mejor el examen en casa. Sin embargo, consciente de su buena fama, discurre:

“No me apetece ir a las clases. Pero si no voy ¿qué pensarán los demás de mí? Quizás empiecen a pensar que no soy tan aplicado y se esfume mi fama de buen estudiante. Por el contrario, si voy a las clases especiales, los profesores y mis compañeros me lo reconocerán: ¡Qué buen estudiante es Luis!¡Siempre tan aplicado!”

Enrique, por su parte, no duda. Irá a las clases:

“Todo el mundo cree que no voy a asistir porque piensan que soy un holgazán. Es una buena oportunidad para demostrar a todo el mundo que no lo soy. Seré puntual y aplicado y demostraré que mi mala fama es infundada.”

Los dos asistieron a las clases voluntarias durante los días previos al examen. Al final, las clases resultaron muy útiles para la preparación del examen.

Ambos hicieron el examen y a los pocos días recibieron sus respectivos resultados.

Luis había conseguido un 9. Enrique un 10. Para sorpresa de todos, el premio extraordinario era para Enrique. ¡El supuesto holgazán había superado al aplicado! La noticia corrió como la pólvora por todo el Instituto y la fama de Enrique ese día empezó a cambiar. Todos pensaron que, quizás, no era tan holgazán como creían.

La profesora, al entregar las notas, felicitó a ambos y matizó: la clave estuvo en la actitud de uno y otro durante las clases especiales de repaso.

El relato anterior sirve para introducir una interesante cuestión ¿ES MEJOR TENER MALA FAMA? O mejor dicho, ¿es bueno tener fama de lo contrario de lo que se es en realidad?

Los dos argumentos que llevarían a responder afirmativamente a esta cuestión, son los siguientes. Por un lado, una persona que tiene fama de lo contrario de lo que es, trata de actuar siempre contra esa mala fama. En el ejemplo anterior, Enrique es una persona verdaderamente trabajadora pero con fama de holgazán. Por eso precisamente no vaciló ante la posibilidad de asistir a las clases voluntarias. Buscó luchar contra esa mala fama. Con ello consiguió encontrar una motivación fuerte, una firme determinación para asistir a clase. Por eso su actitud en clase fue mejor que la de su compañero.

El otro argumento lo ejemplifica el otro alumno. Luis fue víctima de su buena fama. Buscó simplemente la confirmación de su fama, el reconocimiento de profesores y alumnos por actuar conforme a esa fama. Su motivación no era tan firme como la de su compañero. En tales casos, siempre cabe la duda de si actuó así porque verdaderamente quería actuar así o porque en realidad buscaba responder a las expectativas creadas por su buena fama.

Si recapacitamos un poco, este dilema se nos presenta a cada uno de nosotros muy a menudo. Queramos o no, todos tenemos una fama. A ojos de los demás somos más o menos trabajadores, honestos, justos, inteligentes, solícitos, benignos, moderados, egoístas… mejor o peor padre, hijo, hermano, amigo, compañero…

El cómo y en qué medida influye esa fama en nuestras decisiones cotidianas, es lo que debemos plantearnos. ¿Hemos actuado recientemente movidos por la fama? Y esa fama ¿era buena o mala? ¿Qué hicimos en tal caso?

Deja un comentario