Así es Dios.

¡Qué calambrazo recorrió mi espina dorsal! Después de toda una película tan fabulosa como “La vida de Pi” del director Ang Lee, esperaba ansioso la promesa inicial: la historia haría creer en Dios al que la escuchase…

No se me hubiera ocurrido ligar jamás nuestra voluntad tanto a lo divino, y mira que lo he hecho, pero es que esa forma de entender lo inaccesible me fascinó de tal modo que puedo afirmar que ha sido una de los momentos más próximos a la Verdad que he sentido nunca. Os aconsejo profundamente ir a ver el film: no os lo perdáis.

En sí misma, es una cinta que os encantará a todos los niveles y que, por increíble que parezca, resulta creíble; increíble es la belleza que atesoran sus imágenes de la naturaleza y que el protagonista recibe como un regalo y una manifestación de lo supremo en su dura prueba, un naufragio que le retuvo en el mar una cantidad impensable de tiempo: “el hombre no conoce sus límites hasta que los pone a prueba”.

Bueno, ya lo he dicho todo con el título del post, pero es que me quedé perplejo al comprobar que la historia tenía dos finales, por así decir, y aunque el personaje de Pi, vía guión, intente dicho magistral regate final que perturbe a su oyente (y a todos los espectadores), un joven escritor al que la casualidad ha llevado ante él ávido por conocer su relato, es cuando le invita a escoger cuál de las historias prefiere cuando le ofrece la repuesta reina: “Así es Dios: como la historia que más te guste oír”.

¡Bravo!

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