Cuando sufrimos una pérdida sentimos dolor. Al perder un ser querido o, simplemente, al poner fin a una relación sentimental, lo normal es atravesar un periodo de duelo. Nos invade una tremenda sensación de vacío, como si nos hubieran arrebatado algo que nos pertenecía. Es el mismo sentimiento, pero multiplicado por mil, que tenemos cuando sufrimos el robo de un bien material.
En esos momentos puede ayudarnos el pensar que quizás todo lo que tenemos en la vida, realmente, no es más que un préstamo. Nada nos pertenece verdaderamente. Todo es prestado. No sólo los bienes materiales, sino también las personas a las que queremos y hasta nuestro propio cuerpo. Todos son bienes son pasajeros que nos fueron entregados temporalmente.
Ser conscientes de que vivimos de prestado produce cierta sensación de desapego respecto a las cosas y personas que más queremos. Sin embargo, esta sensación no es negativa. No por sentir desapego se valora menos lo que se posee. Simplemente debemos tener presente que todo lo que amamos (nuestra familia, nuestros amigos, nuestra salud, nuestro dinero, etc.) nos fue prestado para nuestro “uso”, para nuestro disfrute. En definitiva, para nuestra felicidad.
Ser conscientes de que vivimos de prestado hace que siempre estemos dispuestos a devolver aquello que se nos entregó en préstamo. Y ello sin apenarnos en exceso. Antes al contrario. En el momento de la pérdida, deberá predominar en nosotros un sentimiento de agradecimiento sincero. Daremos gracias por haber tenido la ocasión de compartir la vida con esa persona amada que ahora se va. Daremos gracias por haber disfrutado de la salud propia que ahora mengua. Y de los bienes materiales que ahora se pierden.
Como dijo Séneca (Córdoba, 4 a.C- 65): “ Cuando se le ordene a alguien devolver aquello que le fue prestado, no se quejará a la Fortuna, sino que le dirá: te doy las gracias por lo que he poseído y tuve. En verdad, he cuidado con gran beneficio tus bienes, pero, dado que así lo ordenas, te los doy, te los devuelvo agradecido y de buen grado. Si quieres que aún ahora tenga yo algo tuyo, lo conservaré; si decides otra cosa, yo por mi parte te devuelvo y te restituyo la plata labrada y la acuñada, mi casa, y mis esclavos.”