Era una cena benéfica. En la mesa coincidimos personas que hasta ese día apenas nos conocíamos entre nosotros. Hechas las presentaciones de rigor, uno de los comensales acaparó casi todas las conversaciones. Era un exitoso hombre de negocios al que la fortuna le había sonreído. Hablaba y hablaba sin parar. Ocasionalmente cedía la palabra a alguien como si fuera un moderador de debate televisivo, pero por poco tiempo. Enseguida volvía a tomar las riendas de la conversación para hablar, generalmente, de sí mismo.

En un momento dado, intentando hacer un alarde de cultura cometió un error: atribuyó a Platón una cita de Aristóteles; la del término medio y la virtud. Yo, que había permanecido callado toda la cena, levanté la mirada con cara desaprobatoria, hasta que dije: “Creo que esa cita es de Aristóteles”.

“De ninguna manera”, contestó vehementemente. “Como todo el mundo sabe –prosiguió- fue Platón quien dijo que en el término medio está la virtud”.

Seguro como yo estaba de que la cita “in medio virtus” (hasta en latín me la sabía!) era de Aristóteles, preferí no entrar en polémicas y acudir a un “tercero independiente”. Aprovechando que en nuestra mesa se encontraba un viejo profesor del instituto, precisamente de filosofía, le pregunté.

Profesor, ¿puede ud. sacarnos de dudas?”

El hombre nos miró a los dos. Primero a mí y luego a él. Después se atusó la barba durante unos segundos y dirimió:

La cita es de Platón”.

Yo no daba crédito. Ese hombre sabio no podía estar también equivocado. Que lo estuviera el fanfarrón era hasta normal, pero no él que era un experto en la materia.

No será tan experto”, me dije para consolar mi pequeño ridículo sufrido en el envite. Mi “contrincante” salió reforzado. Además de dibujar una sonrisa que casi llega a carcajada, espetó un “Te lo dije”, que buscaba ahondar en la herida de mi orgullo, para regocijo de su embelesado público.

No volví a abrir la boca en toda la cena. Permanecí mudo hasta el momento de las despedidas de rigor. Casual o conscientemente dejé para el final, la del profesor. Al estrechar nuestras manos, mi gesto fue frío y distante. Él lo detectó y se acercó a mi oído para decirme en voz baja: “Tenía usted razón. La cita es de Aristóteles”.

Ahora sí que no entendía nada. Mi cara era un poema, Solo articulé a preguntarle:

Entonces, por qué…”

No me dejó terminar. Me interrumpió para darme la explicación de por qué le había dado la razón públicamente al fanfarrón:

“ Porque ud. no sufre una crisis de importancia ”

2 comentarios de “Vivimos una crisis de importancia

  1. Agustín dice:

    Entiendo la enseñanza, pero no la comparto. Pienso que la verdad y la sinceridad aunque a corto plazo sean incómodas, a largo plazo se agradecen. La verdadera habilidad, para mí, es cómo decir esa verdad. Quizás, si se dice a tiempo, puede evitar que sintamos esa desaprobación o resentimiento excesivo.

    El sabio, en esta historia, para mí, deja de lado al que «se equivoca» fanfarroneando. Lo da por perdido, reconociendo su crisis pero alimentándola al satisfacerla.

  2. Josep Sanvisens dice:

    Dejar que el otro salve su prestigio, hacer que se sienta importante, son excelentes normas de relaciones humanas y evitar una discusión es el mejor modo de ganarla.

    GRACIAS ORFEO-

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