Asistí, no hace mucho, a una exposición de arte así titulada que me demostró de nuevo que todavía hay gente que necesita expresarse sin otro fin que el de compartir una necesidad vital, no por mor de fama, adulación o dinero. Se recogían por primera vez para el público de mi ciudad y en muestra individual los trabajos de Antonio Pons, artista local, uno de esos tipos que destilan naturalidad y humildad en sus ademanes y cae bien sin apenas conocerle, pero que encierra un cierto fondo de cansancio en su mirada ya entrada en los cincuenta: la del que busca constantemente entre sus musas (y sin que el negocio sea una de ellas, aunque se puedan comprar las piezas, lógicamente).

Todas las obras habían nacido ante su vivencia y percepción en el tiempo del incomparable drama sacro-lírico medieval del “Misteri d’Elx”, una joya local de nuestra tradición y considerada Patrimonio Oral de la Humanidad por la UNESCO, y ante un evento relacionado con el mismo surgió la posibilidad de esta muestra a instancias del Ayuntamiento. Este profesor de instituto había robado tiempo de donde fuere durante años para conseguir plasmarlas, con una pasión verdadera por constante y silenciosa, por un camino donde lo perenne, lo que es, toca con su gracia el material producido y ese leve roce resulta el premio que busca el artista. A mí me gustó mucho. Y por varios motivos.

El primero por la dimensión de las piezas de metal y gres: constatan la producción artesanal, pues más pequeñas serían modestas (por cierto, las maquetas fueron mostradas también y, enmarcadas, resultaban espléndidas) y más grandes, carne de taller. Podrían haber sido más grandes, pues su proporción en la vertical está logradísima y una foto descoloca a cualquiera, pero en directo, la dimensión era personal, en el justo punto donde uno perdería el control…

En segundo lugar, por la cantidad de piezas en su conjunto y la variedad de técnicas. Teniendo en cuenta la edad y su posible producción, me dio la sensación de que sobraba sala, de que no había querido “aprovechar” la oportunidad, sino mostrar una concienzuda selección de ésta relativa al tema, un esfuerzo que el visitante agradece espacialmente y que el entendido valora especialmente. Además, destacar que no sólo en la escultura encuentra caminos su visión, sino en los aguafuertes de sus grabados, la sanguina de sus dibujos más figurativos o los diseños de joyas.

Y por último, es de agradecer el esfuerzo estético por producir un “abstracto inteligible” como le comentaba a uno de los compañeros del blog que asistieron, es decir, la composición formal de las obras recoge siempre suficientes datos para “representar” el “Misteri” original y se hace reconocible para el observador que previamente posee dicha información, un valor didáctico que hace más próxima las obras para un entorno como el nuestro y que permite a la gente acercarse más al arte, dicho todo desde el máximo respeto a los valores intrínsecos de cada una de las obras en sí mismas, por supuesto, y, cómo no, a la libertad individual de percepción de cualquiera de los asistentes a la exposición.

En resumen y por centrarnos en nuestra temática del blog, tres puntos que podemos reflexionar para cualquier iniciativa y un cuarto básico que pueden extraerse de esta magnífica ocasión:

a) La dimensión de nuestros objetivos no debe superar nuestro alcance, al menos en un principio.

b) Al objetivo siempre se puede llegar de varias maneras; es más, cada uno de nosotros puede hallar distintas posibilidades de hacerlo y todas válidas.

c) Es muy importante asegurar la comunicación del mismo cuando se haga necesario, pues sin entendimiento del resto, no habrá crecimiento casi con seguridad.

El cuarto es la lección de humildad, constancia y buen hacer que Antonio Pons nos ha regalado con esta pasión suya compartida.

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