Recientemente me crucé con un caso que me hizo pensar, seriamente, en lo difícil que es trasladarle algún consejo a personas con las hormonas en danza, a esos chicos y chicas que están en su plena adolescencia y que con mucha frecuencia se inclinan, para confort de su autoestima y su sensación de integración en el grupo de referencia que tengan, por adoptar ciertos roles, comportamientos, reacciones y objetivos a perseguir en su disperso día a día que no les favorecen en un análisis más profundo, en un planteamiento a largo que, por momentos, no parece existir para ellos: todo ahora, ya, o sí o no, o conmigo o contra mí… ¡Normal!
La persona a que me refiero tiene la verdadera suerte de ser muy querido en su casa, de tener unos progenitores fantásticos (y no porque sean amigos míos digo esto) y de, por tanto, estar hecho de muy buena pasta cerebral y sentimental y tener una estupenda base para saber estar en cualquier situación, aunque en estos momentos pareciera que sus capacidades se han distraído con tanto acontecimiento vital relevante a sus casi catorce años…
Para su padre, el chaval necesitaría únicamente alguna herramienta que le permitiese re-sintonizar de inmediato en cuanto se diera cuenta que ha tenido un fallo, un arma que le capacitase para comprender que no hay que ser tan cabezota cuando algo que pasa o se quería hacer no es tan conveniente, siendo entonces preferible rectificar y, por ejemplo, hacer caso a tu mentor en su consejo, pues rectificar es de sabios y la vida no va en la defensa orgullosa y tozuda de nada, y mucho menos de un error.
Por mi parte, me comprometí a pensar en qué se podría hacer para este joven y para tantos otros que, en una escena casi generalizada de falta de motivación en la población estudiantil, se nos presenta como prioritario el que recuperen buenas sensaciones en muchos ámbitos, pero en el de la formación de manera clara y urgente, antes de que sea demasiado tarde o se puedan arrepentir. Me consta que los esfuerzos de la Administración por diseñar planes de estudios más flexibles y que doten de más oportunidades a los alumnos a la hora de recorrer trayectorias formativas es una realidad. También me consta que existen modos innovadores y rompedores de plantear la formación de nuestros hijos, pero en cualquier caso, creo que de lo que se trataría sería de poner al adolescente frente a él mismo, no frente a lo/s demás, pues entonces es cuando se posiciona contra lo/s demás y gusta de liberar la energía enfrentándose, aferrándose a todo aquello que le sirve de excusa para no mirarse. Pero él no lo sabe aún, lógicamente: son adolescentes. Pero no tontos.
Y es ahí donde jugué mis bazas con el estimado chico. Le vine a decir, tras meditarlo un buen rato, que el problema no es estudiar en sí, todo y que es una habilidad que bien desarrollada le puede llegar a ofrecer una libertad increíble, la de poder escoger en muchos puntos de su vida, nada más y nada menos, algo que ya de por sí es más que suficiente para entender la importancia de la cuestión, sino ser consciente de que está entrenándose para lo que le espera en adelante. Este punto es el verdaderamente relevante y de necesario cumplimiento: hay que acostumbrarse a intentar conseguir lo que suponga un objetivo, un reto o simplemente una obligación. Como sea. La pereza, la dejadez o el pasotismo son claves de cierto calado en esa época de la vida, pero no en el resto. Y el reto de atender en clase y estudiar media hora al día para sacar adelante los cursos es de los fáciles, pues queda tiempo para todo y, encima, a poco que uno se fije le sacará el jugo y sentirá un cierto placer en el proceso del aprendizaje. Seguro. O sea, no es difícil aprobar asignaturas de secundaria con un poco de foco. Seguro. Pero lo que sí le aseguré es que si no atendía sus compromisos, corría el riesgo de acabar creyendo que éstos no importan, un craso pensamiento de consecuencias funestas. Sólo por eso, por entrenar y comprender de qué va todo esto de la vida en sociedad y de asegurarse una autorrealización satisfactoria como individuo se debe estudiar cuando se está en el instituto.
Además, el que no estudia comete una doble falta de respeto. Por un lado, el que no intenta aprobar no respeta la situación en que se encuentra, no contempla la enorme suerte que tiene, el esfuerzo de sus progenitores, de la sociedad entera que ha puesto tantos recursos e ilusión en dejar a su alcance las mejores posibilidades. Y eso ya es mucho decir. Y por otro lado, no se respeta a sí mismo, que es peor: no se pone a prueba, no lucha, no confiere grado de obligación a su formación, que cuanto menos la tiene por la trascendencia de su posible aportación al colectivo, que será su verdadera contribución a la sociedad, de entrada. Y renunciar a ese poder, al poder de escoger libremente en qué se quiere ayudar, es una verdadera lástima. Cuando sea más mayor, podrá encontrar motivaciones de todo tipo, incluyendo sus propios hijos, que no requieran de estudio para poder disfrutarlas mientras lleve adelante acciones relacionadas con ellas, pero en este momento su realidad, por ley, es la de estar sujeto a una planificación de formación que lleva detrás de sí todo el bagaje y el esfuerzo de generaciones, por lo que se tiene que realizar la aplicación necesaria para comprenderlo y asumirlo.
En estas tareas, pienso, nos debemos centrar los adultos que comentamos la necesidad de estudiar a los más jóvenes: no por nada relacionado con el conocimiento, que evidentemente también a pesar de vivir un momento histórico en el que éste se encuentra ya en la red, sino por el entrenamiento vital, la libertad personal y el respeto propio y social.
Son las tres razones más poderosas que encuentro. Y si en unos años no se acuerdan de las derivadas matemáticas como ya me pasa a mí, por poner un ejemplo, éstas estarán presentes en su día a día de manera soterrada y subconsciente, permitiéndole, sin darse cuenta, tener recursos para superar el siguiente obstáculo, y eso es lo que deseamos y esperamos de todo corazón los que somos padres.
¿Se lo decimos? Sí: ¡¡¡entrenad, querida juventud, entrenad!!! Por favor.
(*) Fotografía : Randen Pederson (Flickr)