En un libro de la biblioteca de la casa de mis padres que leí hace poco, recogí una dedicatoria manuscrita por mi predecesor que me dejó perplejo: se la dedicaban a ellos mismos. Era un auto regalo por su treinta aniversario de casados. Me he atrevido a transcribirla porque mi madre me lo ha permitido y reza así:

“Obsequio mutuo que nos hacemos María y Pepe en la Celebración de nuestro 30 Aniversario de matrimonio, para que nos ayude a seguir, seguros y esperanzados, nuestra vida común con nuestros hijos, hacia la infinitud.”

El libro en cuestión es “El problema de ser cristiano”, ¡nada menos!, un ensayo sensacional del gran prohombre D. Pedro Laín Entralgo, prestigioso médico y docente (catedrático de Historia de la Medicina), así como uno de los intelectuales españoles de mayor talla que ha dado la segunda mitad del siglo XX (llegó a presidir la Real Academia de la Lengua).

Ni que decir tiene que si estoy escribiendo este post es porque he encontrado ambas cosas, el libro y la dedicatoria, imbricadas y con un poso profundo que me gustaría desmenuzar, además de que entroncan directamente con mis luchas intestinas, que serán muy parecidas a las de cualquiera que se vea a sí mismo como un cristiano reflexivo, por expresarme en términos del autor, o, simplemente, como a un buscador de respuestas ante la eterna duda.

Resulta que dicho libro estaba comprado ante la ocasión, si nos atenemos a la dedicatoria en sí, para que les ayudara a seguir… ¡ojo, que hablamos de católicos practicantes de convencida y edificada Fe! Además, de manera segura y esperanzada… ¡reincidiendo! Pero al tanto, al tanto con el final: hacia la infinitud…

Yo, que he buscado lo indecible la fe fácil, la dada, la regalada, y que envidiaba sanamente la fortaleza hercúlea de mis progenitores en sus creencias, resulta que había pasado por alto que también consideraron necesario, a pesar de la fortaleza de su Fe, entender y resolver sus diferencias con su tiempo, como un problema añadido que se hace intrínseco a todo aquel que se acerque al hecho de la Creación, en el sentido de realidad existente, con las alforjas un poco llenas de conocimientos varios, bien de física o de cosmología, bien de historia o de filosofía.

Pues bien, debo decir que no me ha hecho más feliz o me ha dejado más descansado el saberlo, ya que aquello que realmente cuenta en estas lides es cómo lo vive cada uno en su interior y, por ende, en sus manifestaciones para con los demás. Y, en ese punto, y por si sirviera a las disquisiciones de aquél que las tenga, también rescataría del recuerdo un pensamiento que mi padre solía tener presente y que a mí me ha ayudado a no darme por vencido nunca porque, además, es una evidencia:

“La vida es tan bella que merece un sentido superior”.

Saludos, papá, que a veces se me olvida tu ausencia y feliz Navidad.

A todos.

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