«Contra los valores afectivos no valen razones, porque las razones no son nada más que razones, es decir, ni siquiera verdad.”
Miguel de Unamuno
En contra de una lectura superficial muy extendida, los motivos que nos mueven a realizar proyectos, a aventurarnos en nuevas iniciativas no son elementos exógenos, no son los propios objetivos en sí, sino que brotan de los enlaces íntimos con que les abrazamos, cobijamos, cuidamos y abonamos, es decir, están ya en nosotros: son los sentimientos que nos despiertan.
Si únicamente nos aferramos a realizar una tarea por compromiso, por obligación o por inercia, o bien pensando en los beneficios que de ella se deriven, no tendremos, aunque lo pudiere parecer, la verdadera motivación de nuestro lado. Son buenas razones, nadie podría decir lo contrario, tanto en cumplimiento de la palabra dada y obtención del prestigio que la fiabilidad y la confianza aportan como en la más que posible realización personal y económica, pero con fecha de caducidad en cuanto a motivación personal se refiere.
Ahora bien, si nos centramos en los porqués afectivos que se encuentran detrás de la necesidad o la voluntad por hacer algo, entonces estamos entrando en el terreno de la verdadera motivación, estimados lectores. Es en el motor del ser humano donde se encuentra la verdadera motivación, es en el amor, en todo aquello que sea derivada directa del mismo, empezando para con el propio realizador y acabando en cuantos más beneficiados, mejor.
Si ahondamos en el sentimiento que existe detrás de cada pasión, vamos forjando una motivación sin límites por cuanto no dependerá más que de nosotros mismos y, encima, es inagotable. Por ejemplo, pensar en las tareas que debo realizar mañana en el trabajo y que sé que debo acabar, son un gran estímulo para mí por cuanto tengo un compromiso expreso conmigo y con mis colaboradores, pero si enfoco en que gracias a ello mi familia puede disfrutar de las comodidades que me gusta verles disfrutar, todo se torna de otro cariz y las fuerzas y las ganas se multiplican.
De igual modo, en un determinado proyecto, si se descubre una motivación de orden superior, afectivo, que dote de un sentido trascendental a lo realizado y a lo por realizar, entonces las garantías de éxito son cercanas al cien por cien. Todo lo demás es accesorio, pero la verdadera motivación, la que se desprende de un sentimiento, es el único punto fijo que hay que buscar.