¿Cuántas veces en la vida nos encontramos con personas verdaderamente sabias?
El saber es infinito. Por tanto no hay nadie que lo sepa absolutamente todo. El que diga o aparente lo contrario es un mendaz o un pedante.
Sí hay personas que saben mucho de muchas cosas. Son los que se podrían considerar expertos en una materia o incluso sabios. En ellos destaca una virtud por encima de todas: la humildad. Reconocer que no se sabe nada es el punto de partida hacia la sabiduría.
Estas palabras de Ortega y Gasset, contenidas en su obra maestra «La rebelión de las masas», es un claro ejemplo:
«Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar el mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados».