Hace muy poco tiempo, tuve la suerte de asistir a un pequeño seminario sobre la gestión del tiempo que fue verdaderamente magistral. No es fácil resumir en dos horas temas de tanta relevancia como los que allí se trataron, pero el ponente incluso consiguió, aún más difícil todavía, hacerlo en unos minutos, pues una vez se había profundizado en todos los puntos del programa con un inverosímil acierto (sólo la gente muy preparada destila sabiduría tan concentrada), nos explicó un cuento que resultó definitivo para los presentes y que, ahora, me permito la licencia de transcribiros.
Un maestro pidió a sus discípulos que, de entre todos los guijarros que había en la orilla de un río, escogieran los suficientes para llenar una gran pieza cerámica que había traído consigo. Los alumnos se pusieron manos a la obra de inmediato hasta dejar repleto de ellos el contenedor. Satisfechos, se dirigieron al maestro: “¡Ya está lleno el jarrón! ¡Ya no cabe ni un guijarro más!”, a lo cual él les espetó: “¿De verdad pensáis que el jarrón está lleno? Buscad piedrecitas más pequeñas e intentad meterlas dentro.”
Los alumnos entendieron la operación y comenzaron a buscarlas y a introducirlas; eran muchísimas las que cabían entre los huecos que los guijarros dejaban y, sacudiendo el jarrón de vez en cuando, conseguían que se fueran depositando desde el fondo y, de ese modo y sucesivamente, llegaron a llenar el jarrón de nuevo. Con la efusión del logro, volvieron a decirle al maestro que lo habían logrado, pero él les invito, ante su sorpresa, a que rehicieran la operación con arena esta tercera vez. Y una vez habían compactado el interior del jarrón y ya cansados, les remitió al agua como cuarta prueba y, efectivamente, todavía cabía más materia dentro del mismo.
Esta vez sí quedo absolutamente lleno. Entonces, el maestro los reunió en círculo a su alrededor y les preguntó qué lección habían aprendido aquella mañana. El más avezado de entre los alumnos se alzó rápidamente y le contestó: “Querido maestro, nos ha quedado claro que siempre se puede hacer más, a pesar de que pensemos que ya hemos dado todo lo posible de nosotros mismos”, y se sentó a la espera del beneplácito del honorable orador.
“No, queridos chicos, esa no es la lección de hoy. Lo que nunca debéis olvidar es que si no hubierais metido primero las piedras más grandes, después os resultaría imposible hacerlo”. Se levantó y se alejó entre los árboles mientras permitía la meditación de sus alumnos.
A mí me pareció la fábula extraordinaria, señores, y, efectivamente, la gestión del tiempo es la adecuación de las prioridades de cada cual. Magistral. Definitivo. Disfrutad ahora vosotros de la reflexión acerca de este mensaje que el otro día me regalaron y del que este post os hace partícipes.