Hoy día el fútbol tiene una trascendencia social inigualable. No hay ningún otro fenómeno en el mundo que movilice tanto a las masas. La emoción, la intensidad y la pasión con la que se vive el fútbol, supera a la de cualquier otro acontecimiento deportivo o cultural.

Quizás sea porque es el deporte donde el débil tiene más posibilidades de vencer al fuerte (lo que no suele ocurrir en la vida real). Quizás sea por la identificación tribal que hacemos con los colores de nuestro equipo (lo que nos entronca con nuestros ancestros más lejanos). Sea por la razón que sea, el fútbol se ha convertido en un acontecimiento con gran trascendencia social, cultural e incluso política.

Esta trascendencia, sin embargo, ha generado algunos efectos perniciosos. Uno de ellos es la “mitificación del futbolista”. El jugador del fútbol se ha convertido en una especie de héroe moderno, de líder social. Y no sólo porque marca tendencia en campos banales como la moda, sino porque también resulta ser referente moral para muchas personas. Hay mucha gente, especialmente gente joven, que ve en los futbolistas un modelo profesional y personal a imitar.

Muchos jóvenes quieren ser millonarios, tener un buen físico y ser famoso. Estos son los tres “valores” que encarnan los futbolistas y mucha gente quiere tenerlos como propios.

Al respecto, lo primero que habría que advertir es que, normalmente, tras el éxito de un futbolista se esconde una historia de sacrificio y esfuerzo. Ningún jugador nació siendo estrella. Todos, hasta el más dotado, tuvo que trabajar duro y privarse de muchas cosas para llegar lejos en el mundo del fútbol.

En segundo lugar y más importante, habría que desmontar esta escala de valores que representan los judadores de fútbol. Los bienes más importantes que puede conseguir una persona en la vida no son el dinero, ni un físico perfecto, ni mucho menos la fama.  El bien más importante es LA SABIDURÍA.

Aprender, entender cómo funcionan los mecanismos de la vida es lo fundamental. Conocer las claves para ser mejor hijo, mejor padre, mejor profesional, mejor persona en definitiva, es lo básico. La búsqueda constante del conocimiento, de las razones que mueven el mundo y a las personas, garantiza el éxito.

Pero para poder aprender hay una clave: estar dispuesto a hacerlo. Solo aprende aquél que previamente tiene la humildad de reconocer que no sabe. A continuación, es necesario también estar con los cinco sentidos puestos en todo lo que nos rodea, para buscar, captar y entender las lecciones que se nos presentan. Cada día se nos presentan oportunidades de adquirir sabiduría y sólo las aprovecharemos si estamos con los ojos y oídos bien abiertos. Esto es lo verdaderamente complicado, lo que no todos pueden hacer.

El siguiente pasaje de LA REBELIÓN DE LAS MASAS, la obra maestra de Ortega y Gasset, ilustra esta idea de forma muy expresiva:

Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza.
Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados
.”

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