¿Es mejor querer a alguien o sentirse querido por alguien?
La pregunta no tiene una fácil respuesta. Pero quizás pueda ayudar a encontrarla la siguiente comparación entre un niño y un adulto.
Desde el mismo momento que nacemos, estamos demandando amor. Nuestro primer llanto no es más que una solicitud de consuelo, de cariño en definitiva, ante una situación de estrés generada por el entorno extraño en el que nos encontramos. Después, durante toda la infancia, exigimos mimos y cariño. Obviamente somos seres dependientes emocionalmente y necesitamos sentirnos queridos. Es lo más importante en esa étapa. Lo único importante.
Luego, de adultos, la cosa cambia (o debería cambiar). Tras el duro proceso de independencia emocional que supone la adolescencia, descubrimos el placer de amar. Un placer que se transforma en pura pasión, en verdadera razón de existencia del ser humano, cuando ese amor se dirige a un hijo. Es entonces cuando se cae en la cuenta de las inconmensurables ventajas que conlleva amar.
En ese momento pensamos que es mejor amar, que nada es comparable. Ni siquiera el sentirse la persona más querida del mundo, puede equipararse con los beneficios de querer a un hijo.
Desde este punto de vista, la respuesta parece clara.
Sin embargo, el ejemplo anterior tiene trampa. Cuando se plantea la pregunta “¿es mejor amar o ser amado?” se suele referir a dos personas situadas en el mismo plano de igualdad (hombre-mujer, hermanos, amigos, etc) y no a la relación padre-hijo que, como dice José Saramago “es un préstamo.”
Aún con todo, el ejemplo puede dar una pista sobre la respuesta correcta a la pregunta. Y es que de él se puede extraer una primera conclusión, que sirve para todo tipo de relación amorosa: amar es absolutamente necesario para crecer como persona. Mientras que ser amado puede suponer ventajas de otro tipo, amar supone una verdadera catarsis interior, la experiencia más enriquecedora en lo personal que se puede tener.
Para confirmar esta respuesta se podría hacer otro silogismo. Podría decirse que es mejor “conocer”, que “ser conocido”. Conocer (saber) aporta sabiduría; mientras que ser conocido no aporta nada en lo personal, tan sólo alguna ventaja material.
Desde este punto de vista, la respuesta parece clara. Es mejor amar que ser amado.
Aprende amar,con desinterés,con desprendimiento,con necesidad,solo el dar ,te acercara a la verdadera felicidad,no hay amor cuando no se comprende,no hay amor cuando no se conoce,no hay amor cuando no se siente,solo así tendrás las máximas de las bienaventuranzas……