Padres queriendo ser amigos de sus hijos, adultos copando las listas de espera de clínicas de cirugía estética, alardeando de tener “espíritu joven”, de vestir a la última o de escuchar la misma música que los adolescentes, de defender las mismas ideas políticas que cuando tenían 18 años…

Vivimos una época en la que parece que el valor de la experiencia experiencia, el valor de lo aprendido durante años, está en desuso, no está de moda. Parece que solo “lo joven” es válido. Se ha elevado a categoría de valor lo que no es más que una circunstancia temporal, seguramente con más inconvenientes que ventajas. “Nadie menor de 35 años debía ostentar el gobierno”, decían los filósofos griegos clásicos.

Culpables de este arrinconamiento general de la experiencia somos todos, cada uno de nosotros. Obviamente también han contribuido dos agentes externos: los medios de comunicación y la Política.

Los medios de comunicación de masas, transmiten la idea de que la imagen es valor supremo y, claro, cada vez es más difícil encontrar, por ejemplo, un presentador de televisión “mayor” de 50 años, aunque sea mejor comunicador.

También en política, donde el sofismo dominante ha colocado a jóvenes sin experiencia como gestor en puestos claves. “Es joven, tiene presencia y habla muy bien” se dice sin remilgo. Pero la Política puede tener otros intereses más profundos.

Durante los regímenes totalitarios del S.XX se hizo popular el mito del “hombre nuevo”, aquel que no tenía memoria, ni conocimiento previo, ni experiencia y que, por tanto, era más fácilmente manipulable. La experiencia, la sabiduría en definitiva, era un obstáculo, una resistencia individual a la dominación de las mentes por parte de los políticos. Por eso, aquellos regímenes buscaban y fomentaban este hombre nuevo/joven.

Hoy lo nuevo se asocia a lo bueno; y claro, lo más nuevo siempre parece que es lo más joven. El imperio de lo nuevo intenta someter a la experiencia, a la sabiduría. Se trata de una batalla cruenta (una más) de lo social, de lo grupal contra el individuo.

Sin embargo, dentro de cada uno de nosotros hay un reducto de libertad para decidir en cada caso concreto si la experiencia es un valor. Seguro que sí.

Baste recordar lo que decía Platón sobre la experiencia. Según el sabio de todos los sabios, la pedagogía (el aprendizaje) se basaba en el juego combinado de dos elementos: el placer y el dolor; es lo que nos enseña a todos a vivir. Y en la medida en la que aceptemos que en nuestra vida concurren ambos elementos, estaremos en disposición de aprender, de adquirir conocimiento. Experiencia en definitiva.

Por eso, la próxima vez que te pregunten si eres amigo de tus hijos, puedes contestar que no, que es muy difícil pues tú tienes mucha más experiencia que ellos.

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