Este es el título de una serie del genial y no suficientemente reconocido pintor y escultor Pablo Palazuelo. Os invito a deleitaros en una obra tan fantástica como la suya y que, a buen seguro, os hará reflexionar sobre esa parte de la realidad que nos es vedada en primera instancia por la confianza plena de que dotamos a nuestros sentidos para percibirla, tan limitadamente….

Hablamos de un madrileño que se fue a buscar respuestas al París bohemio del primer tercio de siglo XX y las acabó encontrando en los libros de matemáticas, alquimia y geometría de sus viejas librerías. Comenzó tarde su carrera, no fue precoz, sino un incansable buscador del camino al que le llevaba su intuición primera y del que la verdad brotó desde un sexto sentido, plasmando en sus telas y sus aceros aproximaciones a la estructura subyacente a lo real, fotografías de una realidad incapturable bajo coordenadas de pensamiento ya cuántico y en la que su sistema de funcionamiento se había convertido en el objetivo de su cámara mental.

En los “pictogramas” de esta serie me inicié en su maravilloso universo. El orden del conjunto y la individualidad de cada pequeño dibujo de trazos rectos contenían el mensaje. A modo de un escrito con símbolos desconocidos, la geometría no canónica, pero sí original, arrojaba luz al entendimiento en su constante vibrar, a pesar de ser una imagen fija: hay orden implícito en las infinitas apariencias de la naturaleza, existe una matemática creadora embebida en los raíles del tiempo y este artista había conseguido capturar posición y velocidad a un mismo tiempo. El arte es el sexto sentido.

Es el mismo ensimismamiento misterioso que la contemplación del mar nos produce, siempre igual y siempre diferente, con el murmullo relajante del morir de sus olas en la playa que nos viene a contar lo mismo que estamos viendo y que siempre es un alimento para el espíritu. Palazuelo encuentra la fórmula para pintarlo. El número y las aguas. Definitivo. Infinitivo.

No resulta difícil entender lo dicho. Todos hemos tenido esa sensación u otras parecidas. Cuando se piensa en algo, cuando se busca algo o cuando se quiere algo, un cuidadoso repaso a lo que no se ve nos puede dar las claves del funcionamiento. El modo de hacerlo tiene tantas posibilidades como personas somos, pero a mí hacerlo desde la geometría me subyuga, aunque sea de prestado y gracias a hombres de la talla del gran Pablo Palazuelo, el mejor abstracto que he conocido nunca a este lado del Atlántico.

Al otro, Pollock, desmesurado en su intuición: sólo el “nuevo” mundo podía traer una repuesta así, por contacto directo y sin meditación. Hasta otro día…

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