En este juego de palabras con rima que intenta llamar vuestra atención, se esconde una reflexión que pretende abriros la puerta de una consideración propia. En muchas ocasiones, tengo la sensación de no recrearme el tiempo necesario en lo conseguido o en lo que de verdad me gusta disfrutar, pero hay otras, las menos, en las que sí saboreo las circunstancias. No sólo las reconozco, sino que me detengo a degustarlas y digerirlas.
La aceleración constante no es físicamente recomendable en el caso del hombre ni es sostenible en la naturaleza y, además, no se puede confundir con la velocidad. Sirve para recuperar ésta cuando hay que vencer todo tipo de rozamientos y devolvernos donde queríamos, y puede aplicarse durante cotas de tiempo definido. Estar en todo momento acelerando nos hace perder el control, pero también no saber hacerlo o no estar dispuesto a ello nos lleva a paralizarnos y quedar a la deriva.
Y digo esto porque estaría muy bien saber almacenar los recuerdos que nos redireccionan a esos momentos mágicos en los que parece no haber otro afán que regocijarse en el resultado de los afanes anteriores. Sería estupendo, pues, conseguir un armario mental en que los retales de felicidad quedasen a salvaguardo y que, si en el trepidante día a día de estos tiempos o si uno se encontrara en un momento de aceleración recobrando rumbo o luchando por incrementar su velocidad, en el área que fuere, y no encontrase el rato de dedicación que para su familia, sus amistades o cualquier acontecimiento de cualquier tipo le hubiera gustado tener, sabría que en un lugar de nuestro relato nos estaría esperando la maravilla que acabase de pasar ante nosotros, cobijada entre sucesos excelsos, a su gusto y reconfortada con nuestra segura visita futura.
Por el contrario, reconozco que siento desvanecerse entre mis manos muchas de esas historias que no alcanzo a saborear, pero si lo recapacito un tanto, de igual modo me sucede con todo aquello que no controlo o percibo y que no impide que todo el mundo siga su vida y su desarrollo. Debe ser por algo, algo que no tiene por qué ser malo, historias que se transforman en otra cosa o realidades que no sean necesarias para mí de forma directa.
Ya sé que la memoria es selectiva, lo dicen los libros, pero es que además eso de que sea limitada no me acaba de cuajar.
Quizás lo que suceda es que la memoria también necesite acelerar. Lo hace en momentos puntuales y tiene su propia manera de armar dicho armario, por seguir con los juegos de palabras. Seguro: el cerebro va por delante. Me quedo más tranquilo pensando que mi gozo es más extensivo cuando mi ser lo necesita. Sí, seguro. Se da cobijo al regocijo cuando este va deambulando y perdido. Mola. Somos una máquina afectiva y emocional extraordinaria.