Gracias a la casualidad y a un primerizo e inolvidable viaje con mis padres, la primera vez que vi en directo una obra del maestro español fue nada más y nada menos que el “Guernica”.
El gobierno español de aquellos primeros años de la democracia había conseguido la cesión perpetua del mismo y había habilitado en Madrid una gran sala al efecto ante una expectación máxima. Se masticaba en el ambiente su valor simbólico y entrar allí, acompañando a tus mayores, rozaba lo sacro. Quizás por esa nube de paroxismo colectivo o por una mera intuición infantil, al impacto visual y dimensional del cuadro se unió una percepción certera de entendimiento, de información, de un código que se podía descifrar a pesar de que no hubiera visto antes a nadie dibujar tan mal y tan raro…
Ese hito artístico que impregnó mi retina de imágenes y mi corteza cerebral de desconcierto, no se descodificó sino muchos años después y con mucha más formación que entonces. No fue hasta mediados de mi carrera universitaria, en una maravillosa y didáctica exposición sobre las series dedicadas a los toros por este genial artista y en la que tuve la suerte de contemplar detenidamente su proceso creador, su sabiduría acumulada en el tiempo, fruto de su propio tiempo y de la asunción consciente de todo el arte conocido.
El primer toro de la primera lámina podría haberlo firmado el mismísimo Miguel Ángel: un prodigio de realismo con un grado de perfección sublime; el toro parecía estar resoplando… En las siguientes, de unas primeras reinterpretaciones del animal más ligadas al estudio de sus movimientos, llegaba a pasar el “Miura” por todas las lecturas del arte conocidas (impresionismo, expresionismo, cubismo, …) y técnicas de dibujo imaginables ( lápiz, carbón, tinta, aguada,…), siempre en grado de búsqueda y de investigación personal, hasta que una vez hubo diseccionado cada parte de su anatomía y plasmado cada movimiento y expresión, perfilaba y resumía todo su trabajo en unos cuantos trazos, homenajeando y ensalzando el arte prehistórico, pero…¡qué trazos!
Aquellos últimos bocetos que cualquier lego habría confundido con los dibujos de un niño, eran el resumen extasiado de un enorme trabajo que recogía la esencia del poderoso salvaje con una gracia, sencillez y pertinencia asombrosas. El viaje iniciático arrancado tantos años antes llegaba a su fin: Pablo Picasso dibujaba y pintaba así por una fuerza interior de búsqueda de la verdad encerrada en la realidad que percibimos y que sólo su encarecido empeño por desenmascararla le había llevado a indagar en nuevos (¿?) caminos artísticos, alejándose de una figuración ortodoxa que no era suficiente para su incontinencia creadora.
Señores, aprendamos de sus toros y no nos asustemos de aquello que nos vaya sucediendo o nos vayamos encontrando en nuestros propios devenires si aplicamos todo nuestro empeño y saber: por mucho que nos sorprendamos y sorprendamos, estaremos cada vez más cerca de nuestra propia visión y …¡de su propia forma! Cada uno de nosotros, en su fuero interno y en su periplo vital, podríamos equivaler a un “Guernica” en constante composición. Aquellos que conozcan de cerca ese valor por crear lo ensalzarán, y aquellos que no tengan suficientes datos, lo intuirán, porque la fuerza que brota de la entrega total se percibe siempre.
Yo, la de aquel chaval malagueño que ya conocían en la Europa culta de principios del siglo XX a sus quince años, ya la había visto en Madrid.