Hace tiempo que valoro el término autoestima en su verdadero radio de acción, pues creo que penamos erróneamente, la mayoría de las veces, sobre el alcance y el poder del mismo en nuestras vidas y en nuestro afán de superación.

Como su propio origen etimológico indica, significa quererse a uno mismo, pero eso es algo que salvo patología mental profunda, es una característica humana intrínseca: nadie nos va a querer más que nosotros mismos. Que no estemos contentos con algunas cosas de nuestra esencia o de nuestra forma de comportarnos, o incluso de nuestro físico, no es ni mucho menos razón para que deje de cumplirse semejante máxima.

A mí me gustaría más que centráramos los objetivos de la llamada autoestima en dos factores que dependen de nosotros mismos, como son el autocontrol y la propia consideración.

Como fiel reflejo de todo lo que acontece en el universo, el autocontrol es un mecanismo que nos permite respetar al otro, conservar el equilibrio de fuerzas en búsqueda de un vector resultante positivo para cualquier situación. Y resulta especial y encarecidamente recomendable al tratarse de relaciones personales.

Aquél que mantenga su control bajo cualquier circunstancia “versus” al de enfrente, estará demostrándole su respeto, su comprensión o su cariño, según sea el caso, y si hay algo seguro en el conocimiento de la realidad, es que el otro corresponderá con las mismas armas y hacia un equilibrio consustancial a toda la materia del cosmos. En otras palabras, el quererte a ti mismo tiene su reflejo en querer a los demás. No puede ser de otra manera. Y, además, la sentencia antisimétrica es cierta también: si no eres capaz de querer al de al lado, tampoco lo eres de quererte a ti mismo.

Por otro lado, el cómo te consideres a ti mismo va implícito al quererte, es decir, a la autoestima. No puedes hacerlo todo bien, pero sí haces cosas bien o muy bien constantemente; no puedes alcanzar todo lo que te propones, pero sí consigues cosas o muchas cosas constantemente; no tienes todas las características que te gustaría, pero tienes tantas buenas que sería difícil enumerarlas… En resumen, valorar lo que sí forma parte de ti y no lo que te es ajeno configura una manera de verte y de proyectarte al mundo mucho más relacionada con el concepto de la autoestima, del quererte a ti mismo, ¿no creéis?

Es por ello que considero mucho más fácil de lo que pensamos el superar situaciones en las que uno considera que no se tiene autoestima o está bajo mínimos el nivel de ésta. Primero porque la autoestima existe por defecto y es una tontería ponerla en cuestión y, segundo, que enfocando en las verdaderas razones que nos dan una imagen de nosotros mismos y eliminando todo aquello de lo que no somos autores (como, por ejemplo, lo que piensen los demás de nosotros o cómo sean los demás) estaremos utilizando las marchas correctas de un motor tan importante como el del amor por nosotros mismos, implícito de base y sin el que seríamos capaces de amar a cualquier otro ser, cosa o circunstancia en la vida.

A mí me parece fundamental no equivocarse de marcha en este caso.

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