Hoy día se vive una especie de «obsesión por la certidumbre». Nada existe si no hay evidencias de esa existencia. Nada es verdadero, bueno o malo, si antes no se demuestra que lo es. Se necesitan pruebas de todo.

Esta obsesión ha sido provocada por la preeminencia de la ciencia sobre todas las otras disciplinas útiles para la adquisición de conocimiento. Cierto es que la ciencia es el medio más perfecto que ha encontrado el hombre para evolucionar. A través de la ciencia se ha llegado a la mayor parte del conocimiento.

Sin embargo, la aplicación del método científico a todos los órdenes de la vida ha provocado el desprestigio de otros métodos que también han resultado útiles para el aprendizaje a lo largo de la Historia. Un buen ejemplo lo encontramos en las antípodas de la ciencia y la certidumbre: se trata de la duda, la incredulidad, el escepticismo.

Pirrón de Elis (Elis, Grecia, 360-270 a. C.) fue un filósofo griego de la Antigüedad clásica, y se le considera el primer filósofo escéptico y la inspiración de la escuela conocida como pirronismo. El término «escéptico» tenía entonces un significado distinto del que tiene hoy. No se entendía como alguien descreído o incrédulo, sino más bien como persona que buscaba o investigaba. Los escépticos  hicieron de la duda el problema central de toda su filosofía.

El método pirroniano es tan sencillo como válido hoy día. Se trata de negar todo conocimiento previo, de poner en duda todas la convenciones y dogmas preestablecidos. El objetivo que se persigue con ello es claro: fomentar la REFLEXIÓN. Así por ejemplo si frente a un problema familiar o laboral somos capaces de permanecer durante unos segundos en una aparente ignorancia, sin pensar en condicionantes sociales, educacionales, emocionales, etc., el resultado podría ser una solución más imaginativa y útil.

El escepticismo supone en cierto sentido una reacción contra todo dogmatismo. El dogma, la doctrina, tiende a ser estática. Es un conjunto de fórmulas que llegan al final de la reflexión, tras la previa búsqueda. Si nos limitamos a copiar las fórmulas directamente, evitamos pasar por la reflexión, por la valiosa experiencia de la incertidumbre.

Pirrón aplicaba este método en la transmisión de conocimiento a sus discípulo. De hecho Pirrón no escribía nada. Ni si quiera daba sermones a sus discípulos. Pirrón quería que sus discípulos aprendieran a «ser felices de no saber», a cultivar esa capacidad negativa. El verdadero escéptico, dice, debe vivir la vida y descubrirla por sí mismo.

Quizás sea tiempo de poner en práctica el método pirroniano.

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