Estando en una comida de celebración familiar de agradable sobremesa, una de las mujeres presentes centró la conversación en su idóneo estado actual, pues decía haber aprendido, tras muchos años de empeño sin lograrlo, a negarse a realizar todos aquellos cumplidos sociales que se le presentasen, todos salvo los que de verdad le apeteciera disfrutar. Y estaba contentísima porque había conseguido liberarse de una tremenda carga que le había acompañado siempre, ya que no había sabido decir no en esas ocasiones hasta hacía bien poco y contaba por innumerables las horas y los esfuerzos que le había llevado esa mala costumbre a desperdiciar, cuando no hubiera realmente pasado nada relevante si se hubiese ausentado de tal fiesta o no se hubiese comprometido a organizar tal sarao; y su cuerpo, mente, familia y verdaderos deseos se habrían visto reforzados, mejorados, disfrutados y saciados en el caso de que hubiera renunciado a tanta propuesta aceptada en su tiempo.
Es más, esa nueva dinámica de apartarse agradecida y educadamente de todo aquello que no le pidiese el cuerpo le estaba reportando una sensación muy satisfactoria y plena: recobrar en gran parte su libertad. ¡Así de potente! Quizás más por la edad que no por el espíritu jovial y las ganas de vivir, que en el caso de esta señora les puedo asegurar que son admirables, había llegado a la conclusión, de un modo cuasi somatizado, de que le resultaba perjudicial para su salud encorsetarse dentro de lo que sus amistades llegaban a esperar de ella como respuesta habitual, de lo que «siempre» había hecho por la gente de su entorno.
Sinceramente, es clarificador oir a una persona que pasados los sesenta años se desnuda con esa franqueza. Uno tiende a no darse cuenta de tantas y tantas cosas que por inercia nos roban nuestra propia libertad. O mejor dicho aun, que nos robamos nosotro mismos al caer presos de erróneas premisas. Salvando los compromisos relevantes adquiridos para con otros, sean del tipo que sean y de obligado cumplimiento salvo por causas de fuerza mayor, la mayoría de acciones que superan ese ámbito adolecen de falta de criterio personal, o sea, están en manos de otro de carácter general más condescendiente con los demás, siguiendo una línea de ortodoxia de comportamiento que se basa en una educación hacia el exterior más que hacia el interior. Y no se me malinterprete, por favor.
Cuando digo una «educación» me refiero a unas pautas formales que, mal entendidas, nos empujan en muchas ocasiones a substituir nuestro hacer en vez de a suavizarlo, que es de lo que se trata. Por tanto, la buena educación es decir lo que uno quiere decir sin molestar a los demás, no el callarlo o aceptar lo que otros digan, ¿estamos de acuerdo? En ese sentido, os propongo que os estudieis a vosotros mismos y consideréis cuánto de ese tiempo sujeto a historias de otros que convertís en vuestras os roban foco en lo que de verdad os apetecería hacer. Una vez hayáis acabado esa lista, intentad convenceros de que la próxima vez que os aparezca una de esas situaciones sabréis de qué manera decantar la balanza a vuestro favor; entrenad tres o cuatro respuestas que encapsulen las verdades que os muevan y ya estaréis preparados para, diciendo no de una manera inofensiva, ganar…¡la libertad!
Merece la pena, damas y caballeros, sin duda.
FELICES FIESTAS, Josep!!!
Gracias por tu comentario, siempre enriquecedor. Estoy totalmente de acuerdo.
Un fuerte abrazo.
Muy interesante José Manuel
Tomo buena nota de tu sugeréncia de como actuar, que explicas en el último punto. En definitiva es aprender a decir NO, sin tener la sensación de que provocamos un enfrentamiento, con la seguridad de que la forma en que se lo tome la otra persona y como reaccione es decisión solo de ella, no culpa nuestra. De la misma forma que si a nosotros alguien nos dice NO debemos ser también responsables 100 % de nuestra respuesta, sin culpar a nadie mas por como nos sentimos.
FELIZ NAVIDAD A TODO EL EQUIPO DE MÁXIMO POTENCIAL