Antes, cuando me paraba a analizar mis respuestas ante determinados acontecimientos, solía reparar en que no eran de lo más idóneas en muchos de los casos. Para que ello no fuera a más y poder limitar la cantidad de veces que no estuviera a la altura, desarrollé un pequeño proceso automático con reflexiones y pensamientos que os hago llegar, por si os sirve:
A.-Descontextualizar la respuesta de los “a priori”. A pesar de la dificultad que encierra este primer paso, ya que es algo “anti natura”, por así decir, y de que en este punto sí que se requiere entrenamiento, es básico para mejorar en la calidad de nuestras respuestas el no interponer todos los criterios previos que tenemos en nuestra mente ante una situación dada, pues la puede deformar de tal manera que nuestra reacción no coincida con la objetividad mínima y pertinente.
A saber, en múltiples ocasiones la reacción ya es previa, nos dejamos posicionar por experiencias anteriores o por relaciones causa-efecto que han dominado en el pasado, pero que no por ello deben cerciorarnos de un futuro aún desconocido. Es por ello que, al menos en mi caso, reconocía muchas veces haber disparado antes de saber cuál era exactamente el objeto de mi andanada. Sirven las disculpas, pero mejor aguantar la prontitud de la inercia y saber estar abiertos a lo que realmente sucede, y no a lo que reproducimos “in mente” a una velocidad increíble, tanto que nos confunde.
B.-Valorar los datos recibidos empáticamente. Este siguiente punto también exige algo de nosotros que no solemos aportar en un momento de tensión o similar: voluntad de entendimiento. Cuando se produzca una situación dialéctica, de enfrentamiento o disputa, es una herramienta excelente para poder contestar con altura de miras y desde un punto de vista difícilmente rebatible el intentar, al menos por unos instantes, comprender y asimilar las opiniones ajenas.
Pareciera difícil y exigente en tiempo, pero sorprende cuando se analiza conscientemente la velocidad con que nuestro cerebro reacciona y nos permite no abandonar la conversación, amén de haber dado el crédito empático a las palabras que todo el mundo merece y que tanto agrada al interlocutor. Es un salto que nos hace más consistentes a la hora de responder. Sin duda.
C.-Aportar nuestras opiniones sin menoscabo de las otras. Y por último, en esta tercera sugerencia, una vez que no sólo no hemos interpuesto nuestro filtro previo, sino que hemos intentado empatizar con lo dicho por el de enfrente, como no puede ser de otra manera debemos exponer con claridad nuestra opinión. Sólo si estamos preparados en un tema o nuestro conocimiento lo avala, seremos capaces de generar esa claridad.
Pero con claridad no quiere decir con superioridad. Si aporta luz, ya será suficiente. Porfiar por vencer en temas de opinión resulta de una gratuidad que un buen conversador debe huir de dichas posturas; todo y que se pueden decir las cosas con la mayor de las pasiones, nunca se debe usar una violencia implícita que en nada ayude al otro y, encima, rebaje nuestro nivel.
Con este proceso interiorizado, en condiciones normales he conseguido moverme en diferentes ámbitos con cierta garantía de no ser catalogado como inapropiado, impertinente o maleducado, sin por ello dejar de hacer patentes mis opiniones en todos los casos. A veces, el pronto nos traiciona y, sobretodo, con la gente más próxima y de más confianza, pero eso es harina de otro costal, aunque el proceso debería mantenerse más si cabe.
(*) Fotografía : andybullock77 (Flickr)
La gran ventaja que le veo a este método es que sabemos lo que vamos a decir ANTES de decirlo y lo hemos meditado. En caso contrario, sin método, podemos reaccionar por impulso y ser conscientes de lo que hemos dicho DESPUÉS de haberlo dicho, con lo cual, si no nos gusta o nos arrepentimos, ya no tiene remedio.
¡Gracias José Manuel!