Aunque parezca mentira, somos dueños de nuestras circunstancias.
Tan rotunda afirmación tiene su razón de ser. Somos nosotros quienes, en la mayoría de los casos, provocamos todo aquello que nos ocurre en la vida. Somos nosotros quienes generamos nuestros éxitos, nuestras alegrías, nuestra felicidad. También nuestros fracasos, nuestra tristeza. Todo lo que nos ocurre en la vida suele tener su origen en nuestros propios actos.
¿Todo? Obviamente, todo no. Hay circunstancias excepcionales que nos ocurren en la vida y que se nos escapan de las manos: una enfermedad, un accidente, una crisis social, catástrofes naturales…
Pero, aún en estos casos, nuestros actos frente a esas circunstancias, dependen de nosotros. Todos tenemos la potestad de decidir lo que vamos a hacer frente a las circunstancias más adversas que se nos presentan. Todos tenemos la libertad de elegir.
Y para poder elegir, la clave, como siempre, es saber, conocer. Es preciso tener la certeza del conocimiento sobre lo que está ocurriendo, sobre esa situación excepcional. Comprender todo lo que ocurre a nuestro alrededor, es lo que nos posibilita tomar la decisión correcta en ese momento complicado.
Desde este punto de vista, cobra pleno valor la filosofía de Ortega y Gasset que se resumía en la famosa frase: “Yo soy yo y mis circunstancias. Si no las salvo a ellas, no me salvo yo”.
Aunque muchas veces se ha interpretado esta frase justo al contrario de su verdadero sentido, lo que el filósofo español quiso decir es que las personas debemos acumular conocimiento para poder reaccionar ante las adversidades. Desde este punto de vista, ese “salvamento” de las circunstancias, no significa otra cosa que conocer, entender esa situación externa, para poder razonar y tomar la decisión adecuada.
Por eso Ortega sentenciaba: “Pensar es dialogar con las circunstancias”.