Superadas las apocalípticas teorías que vaticinaban la muerte del papel por culpa de la rutilante aparición del libro electrónico, parece que el debate sobre el formato de la lectura empieza a perder fuerza.

Vaya por delante que la opinión de quien suscribe es que ambos soportes son, no solo necesarios, sino también complementarios. Tan efectivo y cómodo es leer la prensa por internet cada mañana, mientras el mismo aparato permite escuchar la radio; como complicado se antoja obtener la pausa necesaria  y la reflexión profunda leyendo La República de Platón en e-book.

La invocación del Sabio de todos los sabios, sirve para introducir una respuesta, que bien podríamos denominar «filosófica», a la pregunta de si es mejor leer en papel o en soporte electrónico.

Desde este punto de vista, el del «saber de saberes», existen tres razones que encaminarían claramente la solución a la dicotomía en favor del formato clásico. Son el espacio, el tiempo y el sentido.

Desde el punto de vista del espacio, el problema que plantea el libro electrónico es que no existe, es virtual. Esta obviedad, aparentemente intrascendente por perogrulla, tiene por contra una consecuencia nefasta para sus intereses: la fragmentación. Al no tener forma real lo que sucede en la práctica es que el contenido de la lectura se suele dividir en partes.

Lo explicaremos más claramente. La mente humana tiende a seleccionar por naturaleza. Nuestros sentidos reciben millones de estímulos externos por segundo y la misión del cerebro es procesarlos y seleccionar únicamente aquellos necesarios para la supervivencia. Si internet se caracteriza por algo es por la sobreabundancia de información, ante la que nuestro cerebro tiende innatamente a cribarla y a hacer acopio únicamente de la que le interesa. El ejemplo más claro es la lectura de la prensa diaria. El periódico digital no se percibe como un todo uniforme y coherente que hay que ir descubriendo ordenadamente, página a página. Al contrario, se convierte en una especie de «collage» en el que conviven caóticamente diversas partes inconexas. Así, una pantalla inicial nos presenta una especie de índice, más o menos atractivo, del que vamos eligiendo las noticias que nos interesan, que además leemos superficialmente.

Desde este punto de vista espacial, la lectura en papel garantiza mayor orden, coherencia y atención.

El tiempo es el segundo factor que hace decantar la balanza en favor del papel. Cuando coges de la estantería un libro, intuyes a simple vista el tiempo que tiene, cuándo fue publicado. Al ojearlo se descubre el nivel de amarilleo de sus hojas e incluso, en los mejores casos, se percibe ese olor inconfundible que desprenden los libros añejos.

En internet el tiempo no existe. Todo es inmediato e instantáneo y la gran norma es que «solo vale lo nuevo». De nada sirve el pasado del texto que aparece en pantalla. Lo importante es que está ahora mismo ahí, pues todo es efímero en internet.

No pasaría nada si no fuera porque el conocimiento, entendido como sabiduría y no como un mero acopio de datos, necesita tiempo. Solo a través de la reflexión se accede al conocimiento y para ello, para que surja la reflexión, el tiempo se ha de detener; y en internet nada se detiene, todo es vértigo y cambio.

Ambos factores, espacio y tiempo, vienen a coadyuvar al elemento más importante: el sentido de la lectura. La mayoría de las lecturas que hacemos en la Red no tienen un sentido en sí mismo, carecen de un verdadero propósito, más allá de la satisfacción de encontrar el dato o la noticia que se buscaba o del placer de mera distracción que una lectura puede proporcionar en un momento dado.

Es difícil que la lectura electrónica se acabe convirtiendo en conocimiento. Voluntariamente se suele confundir sabiduría con acumulación de datos, para así poder autoengañar al cerebro con una sensación de crecimiento cultural.

Por contra, el libro de papel siempre tiene un sentido. Para empezar, tiene el propósito del autor, su motivación e interés al escribirlo; la inspiración e intención con la que dijo lo que dijo en cada párrafo. También tiene el objetivo último de entablar ese diálogo con el lector que solo se consigue cuando este se halla inmerso en las profundidades de la historia que narra o cuando asimila y aplica en su vida las claves aprendidas en el libro.

Por decirlo con un ejemplo, el ordenador podrá contar las veces que en el texto aparece la palabra «Sancho», pero solo el libro explicará el porqué y qué pretendía Cervantes escribiéndolo.

Espacio, tiempo y sentido se convierten así en razones de peso para augurar y desear una larga vida al papel.

Y lo digo desde aquí.

2 comentarios de “¿Papel o electrónico? Una respuesta filosófica

  1. Josep Sanvisens dice:

    Utilizo ambos sistemas y agradezco que ambos existan.
    Hace pocos dias compré un libro electrónico y me pareció tan interesante que lo volví a comprar en papel. ¿Para que? Siplemente para subrayar algunos puntos, escribir anotaciones personales al margen, en definitiva para personalizarlo.
    Ya se que el libro electrónico también permite hacer esto, pero para mi, quizás porque ya tengo cierta edad, al menos con este libro en concreto, disfruto mas con el formato en papel físico.
    És solo una experiéncia personal.
    ¡GRACIAS ORFEO!

    • Orfeo dice:

      Me alegro que compartas la idea de que ambos sistemas son complementarios y no excluyentes, Josep. Tan solo una matización con todo el cariño. No estoy de acuerdo en que la razón por la que tenemos más apego al libro de papel sea una cuestión de edad. Creo que tiene que ver más con el tipo de lectura y, sobre todo, con la experiencia que se quiera tener al leer. La edad al fin y al cabo puede acabar siendo una cuestión relativa, tal y como demuestras tú con tus aportaciones a este blog. Gracias por tu comentario.

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