El segundo de los temas básicos que puse el otro día en la mesa para conseguir éxito en nuestras relaciones personales de aproximación primera fue la simpatía, que es un valor seguro en cualquier caso cuando nos referimos al trato con nuestros semejantes. Ser simpático consiste en irradiar, vía una mirada cómplice y una sonrisa sincera, un estado interior de agradecimiento constante por la vida. Este punto no se puede disimular: o se tiene o no se tiene, por tanto debe entrenarse la capacidad de ser consciente de todo lo que uno posee y por lo que debe estar más que contento, feliz diría yo, para disponer de una fuente perenne de simpatía que le haga aparecer a los ojos del de enfrente como alguien receptivo y, al tiempo, con ganas de dar.

   Suele confundirse a veces la simpatía con la cortesía, que es el mínimo aceptable y que se puede esperar de personas con las que haya intereses de por medio en una primera cita, pero advierto que no es lo mismo ni consiguen idénticos fines. La cortesía es un ámbito más protocolario que abunda en beneficios y detalles para la colectividad porque, se quiera o no, se han ido sus puntos imponiendo con el paso del tiempo y la experiencia, razones por las que se trata de una disciplina que se debe estudiar o, al menos, aprender. Por ejemplo, veo últimamente que en un edificio administrativo, por mencionar un caso, a la hora de hacer cola de espera para ser atendido, ningún joven cede una de las pocas plazas de asiento que existen en la sala donde la gente espera su turno a las personas mayores o a las mujeres en estado avanzado de gestación. No se ha trasladado este código de comportamiento como necesario, tristemente, ya que no se ha considerado en las últimas décadas de importancia en la formación. Si alguna vez se les ocurriera hacerlo, se verían recompensados por un agradecimiento maravilloso, ya que a esas personas les hace mucha más falta sentarse que a otros cuyo organismo está en perfecta forma, ¿o no? Para mí, es de cajón.

   A pesar de ser cosas diferentes, me atrevería a decir que actualmente ya queda en manos de la simpatía, también, todo lo que antes se daba por supuesto con la educación estándar y, por tanto, aún es más importante no dejar de buscar las condiciones idóneas para que ésta brote de nuestro rostro y nuestro espíritu en todo momento, en los más sociales y en los más íntimos. Os recuerdo que dichas condiciones radican en un sincero y profundo estado de conformidad con lo que somos, con lo que hacemos y con lo que buscamos. Al desparpajo de la simpatía natural que afortunadamente tienen tantísimas personas, que es un don maravilloso, me gustaría añadir esa fuerza, ese gran poder que está al alcance de todos y que, basado en esas premisas de estudio personal que he mencionado, nos hace sonreír al mundo gracias a la consciencia de la maravillosa fortuna que se tiene simplemente por vivir y no para conseguir, hipócritamente, que el mundo nos sonría a nosotros sin cesar. Y se trata de un tema en verdad relevante.

   El sistema nervioso simpático es aquél que se encarga de las funciones periféricas «voluntarias», es el que regula nuestras sensaciones de frío o calor, el que controla  nuestros niveles homeostáticos y el que nos prepara para la acción, como se suele decir, acelerando el ritmo cardiaco o reduciendo la cantidad de saliva ante situaciones de estrés, todo y que se encuentra dentro del sistema nervioso autónomo, es decir, no lo controlamos. A pesar de ello y por ello, a mí me gusta traer a colación estos datos porque pienso que la simpatía verdaderamente potente a la que me refería antes, no hace necesarios todos esos mecanismos corporales porque destruye la inestabilidad y, por tanto, la sensación de estrés coyuntural en un encuentro entre personas. Casi más bien se debería llamar “parasimpatía”, jajajaja…, por seguir con el símil biológico.

   Como dije antes, la simpatía natural es un complemento maravilloso que se puede tener o no, pero estamos capacitados para generar una simpatía personal inmediatamente detectable por los de enfrente gracias a tener y tenernos en consideración, en sana estima, por  cuanto la situación que sea venga avalada por nuestra plenitud y tranquilidad, tan simpáticas para los demás, tan desarmadoras y tan creadoras de afinidad. Ahí radicaría yo el secreto de la simpatía conectiva, no de la conductual, en el saberse cómodo con la piel de uno mismo. Y si no se consigue, que es la base de toda la superación personal del mundo, algo fallará. Constantemente. Y, lógicamente, en cualquier entrevista…

  En cambio, si la dominas, el mundo te sonreirá, todos quedarán prendados del halo que desprendas y los logros aparentemente más complicados se dulcificarán y serán más asequibles, primeros contactos satisfactorios incluidos.

Un comentario de “No dejes de utilizar la simpatía y el mundo te sonreirá

  1. Josep Sanvisens dice:

    Totalmente de acuerdo en que el mundo nos devuelve lo que le damos ya sea simpatia o antipatia u otra cosa.
    También de acuerdo en que algunas personas llevan la simpatia incorporada ya en sus genes, pero incluso si no hemos nacido agraciados con esa circunstáncia, podemos cultivar la simpatia. Una manera que se me ocurre es controlar de forma positiva nuestro diálogo interno de valoraciones (por no decir juicios), que normalmente hacemos de forma automática de las demás personas. Elegir las gafas con las que las miramos. No hay ser humano al que no le podamos ver algo positivo y agradable, buscarlo y querer verlo es una decisión y una elección nuestra.
    ¡GRACIAS JOSÉ MANUEL!

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