«Si supierais lo que yo sé sobre el poder de la generosidad no tomaríais un solo bocado sin compartirlo, de algún modo, con todos los seres vivientes» – BUDA
El cultivo de la generosidad es un elemento imprescindible en la búsqueda de la felicidad. En contra de lo que se suele pensar, la generosidad es una virtud que se puede adquirir y potenciar mediante su práctica.
Para ello, es imprescindible conocer los tres niveles de generosidad que existen y los dos tipos de beneficios que produce.
Conocer los niveles de generosidad sirve fundamentalmente para identificar nuestros actos y encuadrarlos en cada nivel. Te invito a que hagas el ejercicio de reconocimiento, pensando en tus últimos actos generosos con alguien.
El primer nivel es el de la tentativa de generosidad. Es el más básico y, en realidad, no se puede considerar generosidad como tal. Consiste fundamentalmente en dar lo que sobra. Damos a la caridad ese abrigo que ya no utilizamos desde hace tiempo o ese alimento perecedero cuyo destino parecía ser el cubo de la basura. Aún no siendo actos generosos propiamente dichos, son positivos pues generan beneficio en los demás.
El segundo nivel es el de la generosidad amable. Se trata de compartir de corazón aquello que se tiene, que se usa y que de verdad se aprecia. Es el acto que implica sacrificio. No se trata de dar cosas materiales únicamente, sino también de compartir nuestro tiempo, nuestra energía, nuestra sabiduría con aquella persona a la que sabemos que le ayudará.
El tercer nivel es de la generosidad bondadosa. Es el nivel superior y que solo se alcanza cuando la felicidad propia depende de ese acto generoso. Las personas que alcanzan este nivel no tienen apego a nada, y su nivel de desprendimiento es total y absoluto. No consideran un sacrificio dar todo lo que tienen pues son felices viendo el beneficio que eso tiene en los demás. Es la auténtica y plena generosidad.
Los beneficios de la generosidad son inmensos y se podrían clasificar también en dos grupos. Tendríamos, por un lado, los beneficios externos, que son aquellos que se generan el los demás. Es el bien que una acción generosa produce directamente en el resto de personas. Si alguien comparte su comida con un hambriento, el beneficio es directo e inmediato para esa persona.
Y por otro lado, están los beneficios internos, que son aquellos que se producen en la propia persona generosa. A su vez, estos se pueden dividir en directos e indirectos. Los primeros vendrían integrados por las emociones que puede experimentar el generoso con su acción. Sentirse reconfortado, agradecido, pleno, tranquilo, coherente de saberse autor de una acto de generosidad, son beneficios claros y evidentes.
Por su parte, los beneficios indirectos son aquellos que acaban llegando con el tiempo. No son consecuencia directa de la acción generosa, pero sí obedecen a la ley natural de causa-efecto. Son, si se quiere, de carácter más general, pero ocurren. Obedecen a la máxima que dice que se siembra lo que se recoge. Si siembras malos sentimientos, malos actos de los demás recibirás. Si siembras generosidad, eso que llaman amor vendrá. Así de simple y así de cierto.
Efectivamente Manuel. Cuando damos recibimos siempre, seamos o no conscientes de ello.
Lo que ocurre es que a veces mal interpretamos el verbo «DAR». Dar es entregar a cambio de nada, sin perspectivas de recibir, ni siquiera reconocimiento. El beneficio interno directo que comentas está implícito en el propio acto.
GRACIAS POR EL POST
Gracias por tu comentario, Josep. Estoy muy de acuerdo pues recoges la esencia de la generosidad que he intentado explicar en el post. Categorizar nos ayuda a situarnos, a alcanzar la sabiduría.