«Un hombre está bien educado si sabe dónde encontrar el conocimiento que necesita, y sabe traducir ese conocimiento en un plan de acción“ – Henry Ford
El nombre del colegio Luitpold Gymnasium posiblemente no dice mucho, pero si se sabe que su estudiante más ilustre fue Albert Einstein, probablemente se pueda tener alguna referencia. Sin embargo, este colegio no tuvo influencia positiva alguna en el sabio alemán. Se trataba de centro muy estricto, con un sistema de enseñanza mecánico y aburrido, que dejaba poco espacio para la creatividad.
Desde el primer momento, el joven Einstein mostró ser un alumno incómodo para sus maestros. Eran constantes sus preguntas en clase a los profesores, quienes en ocasiones no sabían la respuesta. El punto culminante de su paso por este centro fue cuando su profesor de griego le dijo delante del resto de alumnos, que “jamás llegaría a nada en la vida”.
Aquellos profesores, en especial el de griego, no fue un líder para Einsten. Por tanto, a partir de esta historia real, podríamos sacar una conclusión sobre el objeto de este post: el profesor ha de ser un líder para sus alumnos, una especie de sabio que, ante todo, domine por completo la materia que imparte.
Pero además del conocimiento, ese profesor ha de abarcar otras áreas, otros intangibles. La educación es la clave de una sociedad, pues determina la calidad de los individuos que la conformarán. Sin embargo, al hablar de calidad no nos estamos refiriendo solamente a los conocimientos técnicos, sino también a esos valores que, especialmente en la educación infantil, se han de inculcar en los alumnos: esfuerzo, trabajo, responsabilidad, honestidad, respeto, humildad, contribución, etc. Por tanto, y esta sería la segunda conclusión, el buen líder ha de ser también un referente moral para el alumno.
Pero los líderes que necesitamos en educación no solo han de estar en la aulas. También es preciso que los gestores públicos encargados del asunto, los políticos, entiendan la preponderancia absoluta de la educación sobre todas las demás cuestiones.
La importancia de la educación fue ya una constante en toda la filosofía clásica griega, que incluso aludía la crianza y educación como la única cuestión importante, era la cuestión “que sabía el erizo”, en alusión a un dicho popular que decía:
«Muchas cosas sabe la zorra pero una sola el erizo»
En este sentido, puede ser válido conocer aquel modelo educativo y compararlo con el actual. Hoy llama especialmente la atención, la cantidad de conocimientos que han de memorizar los niños. Parece como si la educación actual fuera una competición de acumulación de datos exclusivamente, con poco espacio para el razonamiento y la creatividad. Este cúmulo de datos teóricos lo representa el interminable número de asignaturas, con nombres variables, que tienen los niños.
Sin embargo, hace 2.500 años, los sabios clásicos instauraron en Atenas el principio “Educación física para el cuerpo y música para el alma”.
En él se encierra toda una declaración de principios que se traducía en que en las escuelas sólo debía haber dos asignaturas: educación física y música.
Según los sabios, la educación física, el deporte, aportaba a los niños agresividad y dureza y servía para hacer niños valientes y con confianza en sí mismo. Por su parte, la música les aportaba blandura y suavidad. “Música” en su sentido etimológico significa “lo que viene de las musas” y servía para desarrollar la parte artística e intelectual de los niños. Al desarrollar su parte creativa, los niños aprendían a reflexionar.
En la perfecta combinación de ambas enseñanzas, educación física y música, estaba la clave. Encontrar el equilibrio entre ambas suponía educar con plenas garantías. De hecho, la preponderancia de una u otra, determinaba el futuro de los niños, que acababan convirtiéndose en guerreros o en poetas.
Es evidente que el mundo actual requiere de otros profesionales, pero sin embargo sigue requiriendo de las mismas personas: reflexivas, creativas, con valores, etc.
Se trata en definitiva de educar personas primero, de hacer personas de calidad, y después, de hacer profesionales. Sin la base de valores que se inculcan en la educación, sin buenas personas, es difícil conseguir buenos profesionales.
Esta es la idea básica que esos líderes de fuera de las aulas, los políticos, deben entender.
No eres una excepción, Josep. La gente de tu generación tuvo una educación que has descrito muy bien. Hoy día la escuela ha cambiado. Lo que me gustaría saber es si a mejor o a peor. En cualquier caso, creo que ninguno de los dos modelos se aproxima a la excelencia que propone el post. Gracias por compartir tu experiencia personal. Sigues aportando valor al blog.
La educación, en mi caso fué básicamente enseñarme, o mejor dicho obligarme, a aprender de memoria conocimientos, era la época de «la letra con sangre entra». Los valores eran obedece, no repliques, no tengas fantasias.
Donde más me he educado ha sido en la vida, aprendiendo de las personas a las que he admirado y de su legado que nos han dejado.
Vosotros, desde Máximo Potencial estais realmente educando de verdad.
GRACIAS ORFEO