En la vida no puede haber un orden garantizado de antemano en ningún campo salvo en básicos biológicos; tantas variables intervienen en el devenir que lo inesperado salta en cada recoveco del camino. Nada será como se trace en un plan exactamente. Es más, el conjunto de acciones de un ser tiende siempre a la entropía, como en la naturaleza, es decir, a un cierto “desorden” que se establece por similitud con los sucesos de alrededor en busca de un equilibrio del sistema, y esa “contaminación” de nuestra voluntad sucede a veces casi imperceptiblemente.
A pesar de que la casuística y la probabilidad están en contra de los procesos reglados, como si fuésemos salmones nadando a contracorriente (aparentemente, que en realidad es todo lo contrario), el ser humano entiende como una lucha dura la posibilidad de llevar adelante cualquier logro que exija un esfuerzo constante. Pues bien, esa sensación es un punto mental que a mí me interesa mucho y que he venido a denominar la virtud del puzle, pues creo que es hasta satisfactoria.
Mi sucinta y modesta hipótesis reside en que sí que es moldeable el orden interno de cada persona, el “infra-orden” personal por llamarlo de alguna manera, de tal modo que los acontecimientos se convierten a los ojos del que madura dicha condición en una especie de piezas que nuestra propia consciencia resitúa en cada parte de nuestra existencia hasta conformar un puzle que se va pareciendo mucho a la idea de lo que buscamos, que se acerca con éxito al plan que nos trazamos.
Y es entonces, pequeño objetivo tras pequeño objetivo encajados, o sea, hechos encajar, que sería más preciso afirmar, cuando uno va siendo consciente no sólo de su poder transformador, sino del alcance que sobre una visión determinada en algún tema que se decida modificar tiene la libertad individual. El cincel que retoca los sucesos que encajan en ese puzle es la responsabilidad, y el martillo que golpea sin cesar el compromiso.
Cuando se trabaja en algo o se tiene muy presente un determinado aspecto, el cerebro está alerta y lee lo que acontece ante nuestros ojos como un escáner que define las aristas de una nueva pieza de ese puzle y todo parece remitirse a un plan, pero es nuestro deseo el que lo modifica todo. La característica natural más antinatural del hombre es precisamente esta.
Y la más maravillosa, pues esa locura de intentar controlar la inercia que nos modela es el origen de todo avance en la Humanidad.
Dicho lo cual, ¿te gusta tu puzle? ¿Has pensado en que se puede pseudo-anticipar en tu imaginación? Esa propiedad de anticipación que nuestro cerebro nos regala, la de proyectar las cosas, la de poder diseñarlas, es el factor diferencial dentro del cosmos que nos realza a cotas de difícil superación: el poder del orden propio.