“Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial de este mundo es invisible para el ojo humano”.
Esta frase extraída de El Principito, la obra maestra del escritor y filósofo francés Antoine de Saint-Exupery, resume a la perfección una de las grandes batallas que libramos en la vida: la eterna lucha entre la niñez y la madurez.
El debate sería intrascendente si no afectase a la forma de ver la vida, al enfoque que le damos a las cosas que nos suceden.
Cuando somos niños es fácil vivir momentos felices. Somos tan inocentes y puros que cualquier pequeña novedad nos alegra la vida. Andando de la mano de nuestra madre, por ejemplo, somos capaces de dejarlo todo para observar una pequeña mariquita que se ha cruzado en nuestro camino. Estamos descubriendo el mundo que nos rodea y todo nos fascina. Es en esta época cuando observamos con el corazón.
A medida que crecemos nos volvemos incapaces de ver más allá de lo que nuestros ojos nos dejan ver. Nuestra visión de las cosas se ve limitada por los condicionantes. La educación, la propia genética (que se va manifestando a medida que adquirimos nuestra personalidad) y las adversidades que nos suceden, empañan el prisma con el que observamos el mundo. Solo somos capaces de ver con los ojos y, claro, la mariquita pasa a ser un insecto.
No debería ser así. Por higiene interior deberíamos mantener la capacidad de ver con el corazón durante toda nuestra vida, y no solamente con los ojos.
No se trata de volver a ser niños, de renegar de nuestras obligaciones y compromisos como adultos. De lo que se trata es de saber sacar ese niño interior cuando la situación lo requiera.
Para ello, lo primero que hay que hacer es buscar y encontrar a ese niño. Está ahí. Recordar nuestras experiencias infantiles, imaginarnos a nosotros mismos reaccionando ante situaciones presentes, disfrutar de sensaciones aparentemente banales como una puesta de sol (o de una mariquita que se cruza en nuestro camino!) puede ayudar.
Después, una vez encontrado nuestro yo infantil, hay que adquirir la habilidad de saber utilizarlo. Comportarse como un niño al observar el mundo tendrá beneficios extraordinarios. Seguramente ahí empezará a cambiar todo lo que nos rodea y, por extensión, la felicidad estará más cerca.