Estos últimos días, una de las palabras que más he escuchado en todos los medios ha sido concordia. Tras el fallecimiento de Adolfo Suárez, el que fuera primer presidente de gobierno democrático y cabeza visible de la Transición en España, ha llegado el momento de su reconocimiento y en la gran mayoría de comentarios se ha destacado su capacidad para el entendimiento entre las partes, para el diálogo y el consenso, razones de las que hizo su bandera en una época tan difícil, pero que fueron la base del éxito social conjunto como destino deseado por la mayoría: la llegada de las libertades de pensamiento y expresión, y su refundación democrática.

Pues bien, si algo tan complejo y de tanto calado y alcance requirió la presencia masiva de la concordia, bien valdría la pena una pequeña reflexión acerca del vocablo y su significado que nos pueda hacer entender su valor y sus posibles aplicaciones al entorno personal y de la autoayuda, tal y como venimos pregonando desde este foro.

En principio, concordia viene a ser la característica que sobrevuela en los acuerdos comunes, en aquello que se pacta o realiza de común acuerdo. Pero “con-cordia” también es interpretable como adjetivo de una situación en la que rige la cordialidad, lo cordial: con-cordialidad, con-cordial. Y dicho esto, es bueno saber que lo cordial es aquello que fortalece el corazón, según reza el diccionario de la Real Academia.

Por tanto, resultaría de estas deducciones una comprensión de la concordia que me gusta sobremanera, ya que estaríamos hablando de la capacidad de llegar a acuerdos que fortalezcan el corazón de las partes intervinientes. Y eso es algo maravilloso. ¡Ya intuía que tenía que haber pasado algo sorprendente, maravilloso en verdad, en aquel tiempo y entre aquellos líderes tan dispares!

Bien es sabido que no todo puede ser acordado, pues hay decisiones que no pueden esperar consenso o que son unidireccionales, como cuando un niño nos debe obedecer porque aún no entiende lo que se le pueda decir o porque no sea de nadie más que de uno la autoridad pertinente, pero sinceramente no sé qué nos impide tomar ese baremo a diario en nuestras responsabilidades y con nuestro círculo más próximo, al menos como norma general. Sería asombroso el poder que generarían nuestras acciones si nos dedicásemos a fortalecer el corazón propio y el de los demás en aquellos aspectos que debieren acordarse. ¡Qué maravilla, repito!

Por último, me ha venido a la memoria que allá por los años setenta al primer gran avión que rompía la barrera del sonido a nivel comercial y que podía unir en tan sólo tres horas dos continentes, Europa y América del norte, se le llamó “Concorde”, muy relacionado con nuestra palabra de hoy y que hizo referencia al gran trabajo y desarrollo común de la nave por empresas y gobiernos ingleses y franceses. Así que me gustaría relacionar el concepto con el hecho probado de que la concordia es un ejercicio eficiente y saludable para, de manera explícita, afirmar que nos puede llevar en nuestro crecimiento personal a velocidad supersónica, pues aquello que produce felicidad está en la base del mismo.

Un comentario de “La concordia. El ejemplo de Adolfo Suárez

  1. Josep Sanvisens dice:

    Excelente análisis de la palabra concordia.
    Un acuerdo con el corazón, diria que es el resultado de tratar o negociar en base a unos valores, como el respeto, la consideración, o el aprecio mutuos. Con estos valores se podria llegar incluso a un acuerdo para no estar de acuerdo y continuar siendo amigos.
    GRACIAS JOSÉ MANUEL

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