Hace unos días oí a un compañero del grupo contar sus experiencias acerca de sus contactos con los considerados grandes maestros en algunas disciplinas. Había tenido la suerte (por empeño, ¡ojo!, que todo hay que buscarlo) de conocer en su deambular laboral a varias personas de reconocido prestigio y éxito en sus ámbitos de desarrollo. Y, en un momento dado, otro de nosotros le preguntó qué creía que les unía y definía a todos aquellos personajes, si era posible hilar tan fino.
José María contestó casi sin pensar: la humildad que desprendían. Cuanto más importante era la persona de la que se tratase, más sensación de humildad le había transmitido. Nos quedamos en silencio un pequeño rato, invistiéndonos de los pensamientos que una afirmación de tanta gravedad había suscitado en nosotros. Los más grandes, los más humildes. Maravilloso. Crucial.
En pasiva, me atrevería entonces a afirmar que en todo proceso de excelencia se cultiva una humildad intrínseca que debe obedecer a unos códigos de conducta determinados, o ser resultado de experiencias asimilables en todos los casos que redundan, a su vez, en mayor proyección para los autores, es decir, que en una espiral positiva de dichas conductas hacia la humildad y vuelta desde ésta a aquellas, dichas figuras se van engrandeciendo con sus resultados.
Por tanto, puestos a intentar descubrir ese ADN de la excelencia, supongo que verbos como trabajar, luchar, emprender, seguir, insistir, estudiar, planificar, apasionarse y mejorar entrarían en el cuadro diagnóstico con toda seguridad, ¿verdad? Pues eso quiere decir que el que los aplica consistentemente y aprende de su tarea y de su entrega, acaba conociendo mejor sus límites, los límites, las oportunidades y la verdad que encierra cualquier aportación, sea relevante o no, y todo eso desemboca en un proceso de “humildación” que les otorga un poder adicional que, llevado a su fin último, estimula de nuevo al conjunto de verbos inicial.
Además, es evidente que el que mucho sabe, sabe cuánto le falta por saber, como decía el gran Sócrates, y eso en sí mismo es una vacuna contra el ego de resultados infalibles. Cuanto menos, es una gran lección que no debemos olvidar, porque la verdadera humildad no se compra, como habréis visto, sino que se gana, sea en el desempeño que fuere.
En la humildad se halla la excelencia. ¿Van por ahí los tiros, mi querido amigo?
(*) Fotografía : symphony of love (flickr)