Te vamos a proponer un ejercicio que tiene que ver con el potencial que hay en ti.
Cierra los ojos e imagina que asistes a una conferencia. Puedes ayudarte recordando alguna a la que asististe recientemente. Estás tranquilo, cómodamente sentado en tu silla, escuchando lo que allí se dice. Focaliza entonces tu atención en el atril desde el que está hablando el conferenciante. Piensa en ese objeto ¿cómo es? ¿elegante, práctico, sobrio? ¿de qué material está hecho? ¿qué altura tiene? ¿sobresale el micrófono?
Ahora piensa en todos atriles que has visto en tu vida. Imagina aquellos que no puedas recordar.
Y ahora responde a esta pregunta;
¿desde qué perspectiva has recordado o imaginado todos los atriles?
Si lo has hecho desde la perspectiva frontal, visto como espectador, tranquilo: lo usual es imaginar ese objeto únicamente desde su parte externa, la visible para el público.
Sin embargo, el atril tiene otro lado, el que solo ve el conferenciante.
Imagina ahora cómo puede ser ese objeto desde ese otro punto de vista, el del conferenciante. Completa aquella visión frontal con esta, imaginándote a ti mismo hablando desde ese púlpito. ¿Cómo es ese objeto desde esta perspectiva? ¿de qué material está hecho su interior? ¿cómo es el soporte para los papeles? ¿qué parte de cuerpo te cubre? ¿a qué altura está el micrófono?
¿Qué ha cambiado? Que nos hemos movido y hemos cambiado así nuestra perspectiva. Mutando nuestra forma de relacionarnos con el objeto (pasando de espectador a conferenciante), podemos conocer esa parte del objeto que permanecía invisible.
Este ejercicio del atril sirve para demostrar que todas las cosas, todos los objetos comunes, tienen una parte que se percibe y otra que no se percibe pero que existe. Demuestra que la realidad es una, pero que existen diversas consciencias sobre esa realidad:
-la del espectador, que es la aparente, la más común para la mayoría de la gente;
-y la del conferenciante, que es interior, vedada únicamente para quién ha hecho el esfuerzo de moverse desde la zona del público hasta la zona anterior al atril.
Esta conclusión es aplicable a las personas. Muchas personas tienen una realidad, la actual, que es la que han ido forjando con el paso de los años, conformando una determinada personalidad, un carácter, unas circunstancias personales, familiares, laborales, etc. Esa realidad es la aceptada por la propia persona y, por tanto, es la aparente, la común para todos los demás.
Sin embargo, muchas personas tienen otra realidad que todavía no han descubierto, una parte de sí mismo que debe ser comprendida y descubierta. Se trata de un potencial inexcrutado e ilimitado.
Pero descubrir esa otra realidad de las cosas o de nosotros mismos requiere de un gran esfuerzo. En el caso del atril, lo representaba la acción de moverse desde la zona del público hasta la zona anterior al atril. En el caso de las personas, el esfuerzo es mucho mayor. Abandonar una perspectiva cómoda de nosotros mismos (nuestra actual vida), para descubrir esa parte oculta, nuestro potencial de vida, requiere estar dispuestos a asumir sacrificios y riesgos. No es fácil decirse algo así como “Sé que existe una parte de mí que no conozco; voy a descubrirla”. Y tampoco lo es desarrollar y mantener una voluntad firme y decidida por conocer esa otra realidad.
Sin embargo, la recompensa es imaginable y tiene nombre y apellidos: plenitud y, por extensión, felicidad. Siendo conscientes de nuestra realidad plena, estaremos en disposición de decidir qué queremos hacer con nuestra vida y, por tanto, de decir que vamos a alcanzar la felicidad. Conociendo toda nuestra existencia se le dota de sentido a todo lo que hacemos y asi, claro, el camino tiene un destino.