¿Es posible vivir creando impacto positivo en los demás?
“Pues no quiere parecer justo, sino serlo,
Y que su entendimiento recoja el fruto
del profundo surco del que brotan sus favorables decisiones.” (Los Siete contra Tebas, v.592)
En todas nuestras relaciones detectamos carencias y aspectos manifiestamente mejorables. Y generalmente solemos centrar el origen del problema en los demás. Es frecuente achacar los fallos de esa relación a determinados rasgos de la personalidad del otro: el fuerte carácter de la pareja, la rebeldía de un hijo, la insolidaridad de un compañero de trabajo, el egoísmo de un amigo, etc.
Es entonces cuando surge el deseo de actuar, de “cambiar al otro”, con el único objetivo de que nuestra relación mejore.
El lector audaz habrá detectado el contrasentido de este razonamiento. Es evidente que, para que una relación mutua y bilateral mejore, no basta con que una de las dos personas cambie. Es necesario que lo hagan las dos.
Intentar actuar sobre los demás, sin cambiar nosotros mismos, es muy difícil. Casi imposible. De hecho, la única posibilidad de que los otros sean como nosotros queramos que sean, pasa por que, previamente, nosotros seamos así. Nosotros debemos ser el cambio que deseamos ver en las personas de nuestro alrededor.
El buen padre, como el buen jefe, es aquél que consigue que su hijo, o su empleado, hagan lo que tienen que hacer. Sin embargo, el padre o el jefe líder, es aquél que consigue que su hijo o su empleado quieran hacer lo que tienen que hacer.
¿Cuál es la diferencia? ¿Cómo se consigue que los demás quieran hacer lo que nosotros queremos que hagan?
La respuesta es clara: a través del ejemplo. Lo que diferencia a las personas verdaderamente líderes, con capacidad de influir en los demás, es su ejemplo. Se podrá castigar a un hijo que no estudia, pero nada cambiará si el padre no es trabajador. Se podrá reprender a un empleado por su falta de implicación en el trabajo, pero será inútil si el propio jefe no es un apasionado de su empresa.
Uno de los mejores casos de educación (o influencias sobre los demás) a través del ejemplo, es el del filósofo de la Grecia Clásica, Pirrón de Elis (360-270 a.C). En contra de lo que hicieron sus predecesores y contemporáneos, Pirrón no escribió su doctrina, ni siquiera daba sermones a sus discípulos. Como buen escéptico, no quería imponer ninguna norma a nadie. Se limitaba a ser él mismo como creía que era mejor, a vivir una vida conforme a sus principios, y permitir que sus alumnos le observasen y “vivieran la vida y la descubrieran por ellos mismos”. El ejemplo del maestro, dio lugar a toda una escuela filosófica que se llamó el Escepticismo y que perdura hasta nuestros días.