Me cuentan muchas veces relatos acerca de las experiencias de los viajeros que caminan en peregrinación por las diversas rutas del Camino de Santiago que son fantásticos. ¡Incluso hay gente que lo recorre en bicicleta! Sea como fuere, desde hace unos años, el viaje “xacobeo” ilumina a sus pasajeros hacia una mixtura entre superación personal en el ámbito físico y un encuentro con el interior de uno mismo en su diálogo con el paisaje natural y con los otros.
Y dado el gran número de devotos del mismo y porque en sólo una ocasión no me hablaron con entusiasmo de la hazaña, doy por hecho aunque me falte esa experiencia que se trata de un hecho muy especial y que deja huella en todo aquél que lo ejecuta, independientemente de la distancia que recorra.
El caso que me conmovió a escribir esto data del verano pasado, cuando una mujer joven de mi familia se lanzó con su mochila a cubrir la distancia desde los Pirineos hasta la Plaza del Obradoiro, dedicando un mes entero sin pausa a tamaño “paseo”. Y se decidió a ello porque andaba buscando un camino que enderezara su existencia en momentos de definición vital que la edad conlleva y que mejor, pensó, que dilucidarlo siguiendo otro camino que por tantos siglos ha ayudado a la gente de todos los lugares y las épocas.
En primer lugar, confirmar que se le cruzaron suficientes señales y hechos como para decidir con valentía aceptar una propuesta de trabajo en Sudáfrica, uno de sus sueños de siempre, que además coincide de pleno con su pasión y conocimiento profesional por los animales. ¡Redondo! Otra vez se cumple el retorno al sacrificio de una plegaria tan peculiar.
Pero en segundo, dedujo algo que fue para mí motivo de reflexión profunda el día que me lo contó y origen de este artículo: “…me di cuenta de lo poco que necesitamos los seres humanos; tan sólo un poco de agua y un trozo de pan”.
Treinta días andando con una mochila que fue adelgazada conscientemente desde el segundo día y no había sido tan feliz en la vida… ¡qué barbaridad! Debería ser obligatorio en la escuela. Si tan poco necesitamos, ¿en qué punto nos complicamos tanto la vida los adultos de esta sociedad? ¿Sabemos darle lo mejor a nuestros hijos o tapamos nuestras carencias con todas esas cosas de más que taparán las suyas?
Al menos, no dejemos de intentar nuestro propio camino dejando de lado lo que no sea preciso, lo que nos pese en la mochila, sabiendo que se puede seguir con muy poco mientras compartamos esfuerzos y alegrías con los demás abiertamente y tendremos, así, la mejor de las disposiciones para aprovechar el tiempo de vida que tenemos, lo más sagrado en nuestro peregrinar.
Necesitamos muy poco. Pensemos si lo mas importante que necesitamos son cosas que no se ven, que tenemos en nuestro interior y que las buscamos en el mundo físico exterior donde no estan.
Gracias José Manuel, per ser sensible y compartir.