Pensando en la unidad… ¿hablamos de una sola cosa? ¿Se trata de todas las cosas juntas? ¿O de una esencia común? Yo creo que sí, que aun hablando desde el ser humano y, ¡ojo!, del ser humano, como siempre…, existe una condición que aúna el Universo.
Quisiera transmitir una sensación profundísima que viví en una ocasión. Era una noche de lluvia en un invierno de hará unos diez años. Al entrar en el coche para recogerme en casa, ya tarde y cansado, me entretuve durante unos minutos contemplando el repicar de las gotas en el parabrisas y su posterior deslizamiento. Siguiendo una de ellas en aquel ejercicio de relax, un fogonazo iluminó mi entendimiento, una clara visión de la razón de la existencia del hombre me fue facilitada y, desde entonces, he comprendido que en la materia se encuentra la propiedad inmanente que todo lo unifica: el deseo de trascender.
Aquella gota descifró la constante duda, ya que comprendí al instante que el hombre había sido una exigencia connatural al conjunto de la materia para que el agua pudiera permanecer fuera del agua, para que una vasija la situara en otro estado, la hiciera trascender, y esa vasija debía ser realizada…
En otras palabras, la materia contiene un principio móvil que la empuja hacia una búsqueda constante de nuevas posiciones que, en un gigantesco zoom, nos ofrece una meridiana secuencia de acontecimientos en que lo inorgánico ha derivado en lo orgánico como único medio de superación y hasta el día de hoy, en que comienza uno a pensar que ya no será necesario el hombre en un futuro donde la escalada hacia la máquina autosuficiente e inteligente le otorgue a la materia inorgánica el poder de gestionar la voluntad de trascenderse.
Sé que suena un tanto estridente todo este discurso, pero os confío el mayor de mis descubrimientos: el efecto en el ser humano del deseo inmanente de trascender que posee la materia es el amor; el amor en todas sus variantes y grados, incluso en la curiosidad por saber, y, definitivamente, se ha erigido en la mayor traición a la materia que se conoce, pues no es afecto en ese estrato, sino que el amor ha trascendido a la propia materia y ha generado un nuevo espectro en el que el ser humano se ha independizado en su producción mental y en su conciencia de ser de su substrato material. ¿No es fascinante?
Si la materia ni se crea ni se destruye, desde siempre ha existido el mismo nivel de energía en las incalculables transformaciones que hayan sido, y ese “espíritu” que las provoca es el aliento divino que reside en el Cosmos y del que hemos sido partícipes en la evolución de sí mismo por el inevitable desarrollo del entendimiento, llamémosle Ra, Zeus, Júpiter, Dios, Alá o cualesquiera otras sílabas, pero cuyo máximo exponente en el ser humano y es raíz de todo lo “bueno”, de todo lo coincidente con proteger el destino trascendente que nos generó y nos genera, es el AMOR.
Saber esto nos modifica. Y ya nada puede ser igual.