Con motivo de su reciente fallecimiento, ha circulado en la Red el maravilloso discurso que Leonard Cohen pronunció al recibir el premio Príncipe de Asturias de las Letras. Fue el 21 de octubre de 2011 y quienes lo vivieron en directo no salían de su asombro. «Todo lo que ustedes juzgan digno en mi trabajo proviene de esta tierra» era la frase más comentada entre los asistentes, y de la que se hicieron eco los medios de comunicación al día siguiente.

Verdaderamente las palabras pronunciadas por el cantautor canadiense en esos once minutos mágicos se pueden considerar como un modelo de discurso. Vaya por delante que la valía de un discurso se puede medir de dos formas: por el simple efecto que produce en el auditorio, o bien por su análisis de forma y fondo. Es, salvando las distancias, lo que le sucede al buen vino, que se puede apreciar su calidad simplemente bebiéndolo, o bien, analizando todas sus características y matices de color, aromas, gusto, etcétera.

El resultado del análisis del discurso de Cohen es inmejorable. Resulta ser un ejemplo de discurso de agradecimiento, tanto en la forma como en el fondo.

En la forma, porque además de cumplir las normas sobre estilo, está trufado de ese carácter tan personal e íntimo que el genio de Montreal dio a todas sus canciones:

  •  La voz cálida y profunda, como si fuera un susurro continuo, otorga al alegato un notable carácter personal y, por extensión, auténtico, sincero. Es demoledora la forma en la que pronuncia la palabra «now» tras una oportunísima pausa (minuto 4 de la grabación);
  • El tono pausado y sosegado, transmite reflexión y seguridad. Resulta evidente que la parsimonia no obedece a la necesidad de pensar en cada momento lo que va a decir; lo sabe perfectamente y lo dosifica para que llegue al receptor de la mejor manera posible.
  • Solo acelera el ritmo en una ocasión, para hablar de su época en la universidad, cuando se consideraba un «guitarrista mediocre». Pero lo hace conscientemente, para marcar distancia con aquella etapa de su vida.
  • La duración, once minutos exactos, es perfecta. Es el tiempo necesario para transmitir su agradecimiento, de la forma que lo hace, y sin caer en el tedio.
  • La postura corporal es natural y coherente con lo que está diciendo. Buena muestra es el modo en el que sujeta las gafas en la mano izquierda, absolutamente inmóviles, sin juguetear nervioso con ellas. Está seguro de  lo que está haciendo y diciendo.
  • Contiene otras características que resultan imprescindibles en todo buen discurso:
    • protocolo, en el saludo inicial por riguroso orden de jerarquía;
    • sinceridad, que se transmite al confesar que la noche de antes trató de preparar el discurso, pero que finalmente desechó esa idea. Con ello da la impresión de estar improvisando, hablando desde el corazón;
    • humildad respecto a su faceta como poeta, llegándose a calificar de «charlatán» tras una magnífica reflexión filosófica sobre la poesía;
    • humildad, también como orador, cuando reconoce su temor a pronunciar el discurso ante tanto público;
    • sentido del humor, que se ejemplifica en la metáfora entre orador y cantante solista;
    • silencio, que resulta especialmente expresivo en la pausa de casi tres segundos que hace tras la crítica que «le hizo» su guitarra (minuto 4 de la grabación)
    • emotividad, que se transmite con el sentimiento propio al pronunciar cada palabra.

Pero sin lugar a dudas lo más impactante del discurso es su mensaje, el fondo.

El propósito principal que tiene es transmitir agradecimiento por el galardón recibido. Sin embargo, teniendo en cuenta que quien otorga el premio es una institución pública que representa a un país, Cohen aprovecha la ocasión para extender su gratitud a ese país. Y lo hace de una manera magistral.

Decía un maestro de la oratoria como Dale Carnegie que las palabras de agradecimiento debían tender siempre a alcanzar el nivel máximo de satisfacción en el agradecido; y que para ello, la mejor manera era hacerle saber algo que no supiera, por ejemplo, dándole una idea clara de los beneficios que le había aportado su acción. Es lo que hace Cohen.

Para agradecer el premio en sí utiliza palabras, más o menos, previsibles en este tipo de casos: «Es para mí un gran honor«, «Estoy profundamente conmovido«. Sin embargo, reserva las mejores palabras para lo que él mismo llama su «otro agradecimiento», el agradecimiento al país que le está entregando el premio.

Para mostrar su gratitud, el cantautor busca asociar su excepcional obra con España. El premio reconoce su música, que él mismo disecciona en tres elementos: instrumento, voz y canción.

– Respecto al instrumento, sorprende diciendo que, cuarenta años atrás, adquirió una guitarra española, en la calle Gravina de Madrid. Con ello, además de empatizar con el público, logra captar su atención, que se vuelve fascinación cuando dice que fue la guitarra quien le advirtió que no había dado las gracias a la tierra en la que se fabricó ese instrumento. Lo hace de una manera poética absolutamente maravillosa:

«Haciendo el equipaje para venir, cogí mi guitarra Conde, hecha en España hace 40 años más o menos. La saqué de la caja y parecía hecha de helio, muy ligera. Me la puse en la cara y la olí, está muy bien diseñada, la fragancia de la madera viva. Sabemos que la madera nunca acaba de morir y por eso olía el cedro, tan fresco, como si fuera el primer día, cuando compré la guitarra hace 40 años. Y una voz parecía decirme: «Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece: el suelo, la tierra, al pueblo que te ha dado tanto»

-Respecto a la voz, incluye una reflexión a mitad de camino entre la poesía y la filosofía. Trasciende el concepto físico de voz para equipararlo al «yo»,  a su propia existencia como persona y, por extensión, como artista.  Confiesa que encontró su verdadera identidad a través de la poesía de Federico García Lorca:

«Ustedes saben de mi fuerte asociación con Federico García Lorca y puedo decir que mientras era joven y adolescente no encontré una voz y solo cuando leí a Lorca, en una traducción, encontré una voz que me dio permiso para descubrir mi propia voz, para ubicar mi yo, un yo que aún no está terminado.»

Se trata de un dato que trasciende del simple agradecimiento por el premio. Pese a la consabida influencia de Lorca en su obra, el cantautor está reconociendo que gracias a un poeta, para él extranjero, que escribía en una lengua que no entendía, acabó encontrando el sentido, no solo de esa obra sino de su propia vida. El efecto en el auditorio es demoledor, pues en ese momento solo cabe pensar: ¡Y hoy está en el país de ese poeta recibiendo un premio a las letras!

-Respecto a la canción, sorprende definitivamente a todos al relatar una impactante historia sobre su primer profesor de guitarra. En tres clases enseñó al joven Cohen a tocar seis acordes básicos de flamenco. Ya no hubo más clases pues el profesor se suicidó. El dramático suceso sirve para dotar de trascendencia al gran secreto profesional que va a revelar:

«Sentí una enorme tristeza. Nunca antes había contado esto en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido, ha sido la base de todas mis canciones y de toda mi música y quizá ahora puedan comenzar a entender la magnitud del agradecimiento que tengo a este país. Todo lo que han encontrado favorable en mi obra viene de esta historia que les acabo de contar.»

Tras acreditar que detrás de su música (diseccionada en instrumento y canción) y hasta de su propia existencia como artista (la voz que es su «yo»), está el mismo país que ahora le entrega un premio, la conclusión no puede ser otra que:

» Toda mi obra está inspirada por esta tierra. Así que gracias por celebrarla porque es suya, solo me han permitido poner mi firma al final de la última página

Maravilloso. Agradecimiento efectivo y también maravilloso.

Un comentario de “Leonard Cohen: el discurso perfecto

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