Quisiera empezar esta serie de reflexiones por un pensamiento que un querido familiar mío me ha recordado tantas veces: «El prestigio es la única cosa que no podemos darnos a nosotros mismos, pues te lo dan los demás.» Estoy absolutamente de acuerdo. Y es por ello que hago una traslación de dicha reflexión a más aspectos de la vida para llegar al convencimiento de que lo realmente importante es «ser en los otros», es dar, dar y no parar de dar al prójimo (ese que está cerca, sí, el próximo) para trascendernos en sociedad, y que aquello que hagas, por supuesto, sirva a los demás en cualquier clave, bien funcional, bien material, bien emocionalmente. Cualquier otra cosa, por mucho que le guste a uno, se me antoja un sinsentido a la hora de valorar a un ser humano porque no tiene reflejo en nadie que no sea él mismo, aunque sea una actividad que a esa persona le aporte grandes dosis de formación, de disfrute o le recargue las pilas y esté mejorándole de cara a su aportación para con la comunidad, que también es un tema básico, ¡ojo!, pero no estoy escribiendo sobre eso ahora. Ese entrenamiento individual debe cristalizar en los otros para encontrar un camino válido, excepto en actividades competitivas en que reciba el homenaje de todos por admiración, como el deporte, por ejemplo.
Lógicamente, lo que cada uno piense de sí mismo es importantísimo, pues en los pensamientos que albergamos está la base de lo que somos y podemos llegar a ser, pero de cara a una consideración del valor de tus actos, exceptuando los instintivos, estos tendrán «sentido» en y para con los otros, y sí que es cierto, entonces, que es más relevante lo que ellos perciben que lo que tú crees que das. Ahí reside el primer gran secreto para salir reforzado en el plano personal ante una determinada relación: no es tan importante lo que tú hagas, sino lo que sientan los demás ante dichos hechos. Es decir, el foco de valor es externo. Ya sé que puede resultar un tanto copernicano en una sociedad que alimenta sin freno la individualidad, pero no lo será en tal grado si dicha alienación encuentra en el conjunto social el sosiego de la contribución, el verdadero sentido de la vida, ya que no estamos en este mundo para mirarnos el ombligo. Además y curiosamente, la verdadera realización personal nunca es independiente salvo en los temas de la lectura y formación, y la alimentación y salud, pues en el resto siempre viene dada por un reflejo ante los demás, es social, aunque cada uno sea el protagonista principal de la suya y no nos demos cuenta.
Como puedes comprobar, no eres a los ojos de la gente lo que piensas tú que eres, sino al revés, elementalmente. Por así decir, somos todos emisores y tan sólo sonamos cuando el o los receptores nos sintonizan. Si eres capaz de entender esta situación con claridad meridiana, todos los encuentros con otras personas comenzarán a tener más importancia para ti, pues dependes de su opinión (y me refiero a la que tengan sobre puntos de cierto calado, no a sandeces o aspectos irrelevantes) para ir generando en ellos unas expectativas relacionales de calidad. No es que te importe o no lo que piensen los demás, ni que seas quien ellos dicen que eres. Simplemente, eres un conjunto de hechos dado dentro de un campo de millones de sucesos a tu alrededor en el que aportar valor, y los prójimos dotan de unas ciertas características a lo que ofreces de motu propio, dentro de las cuales existe un ranking de optimización en la imagen que proyectas, donde, quieras o no, las otras personas perciben tus verdaderas intenciones de un modo intuitivo en el primer segundo de contacto, más cerca de lo que eres que cualquier otra cosa, sin estudios ni análisis previos. Es una característica humana dentro de la sociedad que es relevante y debes saber.
Influye lo que dices, cómo lo dices, cómo miras, tu postura corporal, tu comportamiento general, la inflexión de tu voz y hasta el trabajo de tus glándulas sudoríficas. Todo ello está emitiendo miles de mensajes al subconsciente receptor de tu intervención, tantos que resulta harto complicado no acertar en una primera «intuición» el tipo de persona o la intención que lleve aquél que acabes de conocer. No es siempre definitivo, pero es asombroso el porcentaje tan alto de veracidad de esa primera impresión, por encima de otras segundas aparentemente más calmadas y con más tiempo para dilucidar. Por tanto, los valores con que te rijas de modo habitual «transpiran» ante el resto de personas y son sutilmente detectables las bondades o maldades con que nos enfrentamos a alguien por nuestra parte animal, siempre alerta. No lo olvides y empieza a sondear tus pensamientos sobre los demás y lo que debes hacer ante ellos, ya que para entrar realmente en valor con la gente desde un primer contacto deben estar alineados con ciertos paradigmas de comprensión, honestidad y puesta en acción que te lo facilitarán mucho.
De todo eso trataré de ir escribiendo en adelante, pero te adelanto este primer eje definitivo: para relacionarse con solvencia, eficacia y positivismo con las otras personas, tu sistema de valores interno y los hechos que se deriven de él marcarán el éxito de tu desarrollo en la impronta y opinión que se conformen de ti. Sobretodo a corto plazo, pero tampoco es desdeñable en el medio-largo devenir, donde se les suele llamar buena educación y buen fondo, respectivamente. Tened muy presente el título de este artículo. Definitivo.
Estimado Josep:
Qué gran comentario! Me alegra en que coincidamos de base y entiendo muy acertado el razonamiento posterior porque es tan desafortunado el querer agradar a todo el mundo sin más…
Mi intención será al escribir sobre estos temas, más bien, el que nos dispongamos a no desagradar, el saber que cuando se tenga que decir algo, el receptor entienda que se le tiene un respeto que, per se, garantiza unos mínimos de empatía entre ambos. Vendría a ser el entender, simplemente, que existen mecanismos que mejoran las relaciones independientemente del contenido del mensaje, pues el «envoltorio» de éste es muy relevante.
Gracias por su aportación, impagable.
Un fuerte abrazo.
Ciertamente, el prestigio y la reputación nos la dan los demás. Ser importante y obtener reconocimiento a nuestros méritos es un deseo de todas las personas. Lo malo es cuando este deseo es tan fuerte que se convierte en una gran necesidad. Entonces, para satisfacerlo, existe el riesgo de hacer lo que creemos que va a gustar a los demás, incluso en el caso que no esté de acuerdo con nuestra consciencia.
Seamos coherentes con nuestra consciéncia, que si que depende de nosotros y el reconocimiento y el prestigio que deseamos por parte de los demás, ya llegará. Tampoco olvidemos que es imposible gustar a todo el mundo.
¡GRACIAS JOSÉ MANUEL! Espero con ilusión tus próximos escritos sobre tan interesante tema.