«La libertad es el ejercicio de la responsabilidad; por eso hay tanta gente que la teme»

Brasil, años 80. En plena recesión económica y lucha sindical, Ricardo, un joven de 25 años asume el mando de la empresa familiar, una industria dedicada a la fabricación de motores para embarcación.

Su primer reto es lidiar con el personal de la empresa, directivos y trabajadores con más de 30 años de antigüedad, organizados en clanes.

En su primera semana de trabajo, asume su responsabilidad y toma una decisión trascendental: despedir a 15 directivos. Y lo hace en un día, sin periodo de transición. No hay tiempo que perder.

Uno de estos altos cargos, al despedirse, le advierte del gran problema que se va a encontrar: gestionar al personal obrero de la empresa, una especie de casta dominada por los sindicatos.

Esa advertencia le deja pensativo. No sabía cómo, pero debía transmitirles su ideario, su principio fundamental: que cada uno en la empresa asumiera su responsabilidad y tuviera la capacidad de decidir lo que quisiera ser en el futuro, hasta dónde quería llegar en la empresa.

Y mientras pensaba en ello, le llegó la oportunidad. Había que renovar los deteriorados monos de trabajo de los obreros. Hasta la mesa de su despacho llegó la orden de pedido de los nuevos monos, que debía firmar, como si fuera un trámite. En ese momento cayó en la cuenta y se preguntó:

¿Por qué los monos son azules?

En ese momento pensó que probablemente quién eligió ese color azul marino hace muchos años, tuvo en cuenta exclusivamente los intereses de la empresa y no de los trabajadores. Seguramente aquella persona (su padre, con toda probabilidad), eligió un color que disimulase las manchas de grasa, para que no la empresa no tuviera que lavarlos tan a menudo. Sin embargo, nunca nadie en la empresa había preguntado a los trabajadores si les gustaba ese color. Él lo iba a hacer. «Al fin y al cabo- pensó- ellos eran quien debían vestirlos durante muchas horas de su vida».

Aquello provocó una pequeña revolución en la empresa. Lo más curioso fue comprobar la reacción de los obreros, entre alegre e incrédula, hasta desconfiada. Al final los trabajadores eligieron, por mayoría, el color azul, pero un tono más claro.

Sí, el mono hubo que lavarlo más a menudo, pero el joven Ricardo, lo dio por bueno a cambio de ver la alegría, casi orgullo, con el que sus trabajadores lucían su mono de trabajo. Por primera vez en 30 años, habían participado en la toma de una decisión que les afectaba en su día día y se sentían responsables por ello. Alguno, le confesó, había pasado de odiar esa prenda a sentirla como propia, como si de su ropa de calle se tratara. Tan es así, que empezaron a cuidar más sus monos y ya no se deterioraron tanto, hasta el punto que no hubo que cambiarlos cada año. La decisión había ahorrado dinero a la empresa.

Tras la experiencia del mono de trabajo vinieron otras, como la elección del color de las paredes de la fábrica cuando hubo que repintarlas o la eliminación de los tabiques que separaban un despacho de otro. Pero la que marcó un punto de inflexión fue la relativa a la cafetería de la empresa. Harto de las constantes quejas, Ricardo propuso que los propios trabajadores se ocuparan de su gestión. Y así fue como ellos mismos buscaron al personal que se encargaba de cocinar y de servir, ellos elegían el menú diario, y, como no, ellos fijaban el precio.  Fue la manera que encontró el joven directivo de mejorar el servicio crítico …y de acabar con las quejas de sus empleados.

Conforme los obreros iban asumiendo responsabilidades, aumentaba su satisfacción y, por extensión, su productividad. Cada reto que les planteaba la empresa lo entendían como una oportunidad de obtener algo a cambio, como una responsabilidad que tendría su premio; y así, claro, en el ejercicio de su libertad, decidían asumirla.

Poco a poco fueron alcanzando hitos (conquistas, que hubieran llamado antes) hasta llegar al punto de que los propios obreros acabaron fijando su horario de entrada y de salida, o incluso, su sueldo…sí, su sueldo también acabó siendo elegido por los propios trabajadores.

Poco a poco la satisfacción de los trabajadores fue teniendo reflejo en los resultados de la empresa. Y así  fue como Ricardo y sus empleados ampliaron la actividad de la empresa, que comenzó a fabricar otros muchos productos, y multiplicaron por 10 su facturación, hasta convertirse en una de las cuatro empresas más importantes de su país.

Con 40 años Ricardo acabó retirándose de la gestión del día a día de la empresa, reservándose la dirección estratégica y las grandes decisiones, lo que le supone escasamente el 30% de su tiempo. Por su parte, los trabajadores se sienten unos privilegiados. Además de que hay una lista de espera de más de 2.000 personas para entrar a trabajar en la empresa, acabaron siendo partícipes de los beneficios en un 22%

Lo mejor de todo es que esta historia no es inventada. El protagonista es real, se llama Ricardo Semler y la empresa SEMCO.

Es una historia de pura inspiración que pone de manifiesto que el ser humano, cuando es tratado como tal, da lo mejor de sí mismo. La clave es entender por ambas partes que la libertad, el ejercicio de la libertad,  supone asumir derechos,pero también obligaciones. La libertad, al fin y al cabo, es  responsabilidad, por eso tanta gente la teme.

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