Enredado en conversaciones múltiples a diario, uno va destilando una cierta costumbre en el habla que poseemos los peninsulares españoles que está relacionada con la falta de empatía estándar que nos profesamos. En ciertas áreas del globo terráqueo no es así y creo que deberíamos ir corrigiendo dichos parámetros de construcción lingüística si nos paramos a pensar lo íntimamente ligadas que van ciertas respuestas a un carácter general que, al menos en mi opinión, encierra aspectos de negatividad, cuanto menos dignos de estudio.

El tema consiste, básicamente, en que solemos comenzar un tanto por ciento altísimo de respuestas con un previo “no”. Casi sin darnos cuenta, arrancamos con esta partícula a la hora de contestar o de dar una opinión, muchas veces interrumpiendo al orador en su discurso, con toda la pasión y buena intención del mundo, pero que implica de entrada, al margen de una falta de respeto y de educación, matices de rechazo, de disconformidad o de intención de corrección en lo que otros nos dicen, un machacón goteo que en el subconsciente del de enfrente va calando sistemáticamente hasta acabar produciendo malestar o rebeldía.

En cambio, si nos fijamos en los programas de televisión, en los debates o en las películas de los ingleses y norteamericanos, la manera de gestionar ese desencuentro es totalmente diferente, pues suelen contestar a la hora de recibir el argumento ajeno con un “yes” primero y, a continuación, relatar una serie de ideas o circunstancias que apoyarán otro punto de vista, el suyo, el que intentarán que se vaya imponiendo sin menosprecio o estigmatización de el del contrario. Y todo esto que puede parecer nimio en primera instancia, repito que conlleva unos valores y unos aspectos positivos en el buen sentido, en el de producir, en el de sumar, que tras billones de pequeños impactos va conformando un sustrato definitorio y definitivo en la sociedad que lo practica, un hogar común en el subconsciente colectivo que apoya su crecimiento y autoestima.

Como hemos comentado alguna vez, puedo sonreír porque me siento feliz o, a fuerza de no parar de sonreír, acabar por sentirme feliz. Es decir, como el cerebro humano no distingue causas y efectos en su origen sino que las vincula, si pudiésemos aprender, poco a poco, a contestar siempre con un sí antes de cualquier otra apreciación, sin darnos cuenta estaríamos conformando una sociedad plural y de progreso, con personas que se sentirían aceptadas, escuchadas y referentes de sí mismas, sin menoscabo de ser puesto en entredicho cualquiera de sus opiniones, por supuesto. En ese estadio, todos estaríamos más abiertos a cambiar de opinión, a matizar nuestros pensamientos y a llegar a acuerdos. Hasta ese punto de importancia puede ser tenida en cuenta esta aparentemente ligera y superflua reflexión, al menos así lo pienso y lo digo.

Estas líneas comentan uno de los anclajes emocionales básicos en las relaciones personales: saber escuchar y procesar las palabras del otro verdaderamente, con interés y atención. Es un ámbito de vital importancia y abogo porque la formación primaria y secundaria debería tener mimados estos aprendizajes, garantía de una sociedad mejor en el futuro.

(*) Fotografía : Sylvar (Flickr)

Un comentario de “La importancia del SI como semilla mental

  1. Josep Sanvisens dice:

    Me parece excelente táctica, que con un poco de esfuerzo al principio la podemos convertir en un hábito, con lo cual la utilizaremos “en automático”, siempre. Llegados a este punto puede ser que nos ayude a dialogar en vez de discutir. ¡Que gran diferéncia!
    GRACIAS JOSÉ MANUEL

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