No siempre somos libres para decir lo que pensamos. En muchas ocasiones nos vemos obligados a medir lo que decimos y cómo lo decimos. Son casos en los que sentimos cierto miedo a que nuestro interlocutor no entienda adecuadamente lo que decimos, a que se sienta molesto por lo dicho, o miedo a la posible utilización de lo dicho que vaya a hacer posteriormente.

Así, podríamos decir que hay interlocutores frente a los que debemos guardar cierta prevención. En concreto, existen TRES tipos de interlocutores ante los que debemos medir nuestras palabras:

– el ignorante, porque puede no entender ni aprovechar lo que le decimos
– el suspicaz, porque puede sentirse ofendido por cualquier nimiedad
– y el malintencionado, que posteriormente utilizará nuestras palabras en nuestra contra, hablando mal de nosotros.

La lectura en sentido contrario sería ésta: hay que procurar rodearse de buenos interlocutores. El buen interlocutor, pues, es inteligente, confiado y bienintencionado. Con ellos no es necesario medir las palabras.

Si en nuestro entorno, al cabo del día, hablamos con personas inteligentes, confiadas y bienintencionadas, seguramente disfrutaremos del placer de la conversación, de la magia que surge en ese “encuentro de mentes”.

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