Siempre es un descubrimiento satisfactorio el tropezarse con una persona que comparte gustos, aficiones y opiniones con uno mismo en un porcentaje elevado y hasta sorprendente, nuestras almas gemelas. Son casos en que suele ensalzarse el encuentro y bautizar con algún tipo de definición la aparente casualidad: “parecemos hechos con el mismo molde”, “es increíble, como si hubiéramos vivido juntos mucho tiempo”, “estamos hechos el uno para el otro”, “nuestro destino era conocernos”, … En fin, lo que viene a llamarse encontrar un alma gemela. ¿Sólo hay unas cuantas personas con las que nos podría pasar algo similar?¿Y por qué, entonces, nos suelen atraer más las personas que no son así, que más bien nos complementan con otras virtudes de las que carecemos?

Pues bien, no sé por qué últimamente tiendo a prestar atención y a visualizar los aspectos generales que nos unen a los seres humanos, no sólo los físicos, lógicamente, y llego a percibir una comunión espiritual similar a la descrita antes, pero para la totalidad de nuestra especie. No se me antoja fruto de ninguna casualidad en este caso, sino parte fundamental de mi ser, de nuestro ser, del ser global. Al contrario de lo que pudiera darse como un camino más transitado, pienso que son las pequeñas diferencias las que nos igualan, y que esas características individuales que también acompañan a nuestras claras diferencias físicas y culturales, van marcando una independencia personal necesaria que, de ese modo, permite el crecimiento de cada cual y que se resuelva fructífero en el crecimiento conjunto.

En mi opinión, todos somos gemelos. Al menos, sin duda durante un tiempo. Lo veo en los niños. Un mundo lleno de niños pequeños sería feliz, maravilloso, donde todos coincidiríamos en gustos y opiniones: querríamos pasarlo bien, divertirnos y jugar, y comer y beber cuando se requiriese. Sería el País de Nunca Jamás…, pero sería un universo eterno, inmóvil y, por tanto, sin un desarrollo creciente, transformador. La vida es transformación. Y yo pienso que creciente. La milagrosa niñez sirve para prepararnos de cara a ese proceso, aunque se ha encargado de que sepamos que somos almas gemelas todos. Sabiendo ver ese punto de unión y no olvidándolo, creo que lo demás viene rodado para seguir con una trayectoria vital enriquecedora, crítica en el buen sentido y vivida con pasión al sabernos parte fundamental de algo mayor que alimentamos con nuestro hacer.

Así que os invito desde esta tribuna a ver almas gemelas por doquier, en cada persona con que coincidáis y a pesar de que parezca imposible. ¡Se disfruten las diferencias! Es nuestro mayor tesoro común, y la mayor de las diferencias es una nimiedad frente al conjunto de coincidencias. ¡Qué grande! Además, ahí radica la atracción personal en mi opinión y por dar respuesta a las preguntas del inicio, en ese delicioso instante en el que dos personas “entienden” sus diferencias como parte de sus coincidencias. Y eso sí pasa pocas veces, cierto.

Bueno, todo lo dicho vale excepto en las diferencias por cuestiones éticas: ahí sí que puede que se abran unas brechas contra todos, o sea, contra el conjunto, que merece la pena detectar y combatir para transformarlas. Y seguir creciendo todos.

Tú y yo somos almas gemelas. Eso es lo importante.

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